Literatura de ada coretti
a gritos me pedirás morir (libro)
—La vida acabará siendo un tormento para ti. A gritos me pedirás morir.Pero Davina jamás le pidió eso a su marido. Sin embargo, en más de una ocasión había de decir:—Esto no ac
agónica desesperación (libro)
Desde el jardín había conseguido abrir el ventanal y colarse en el lujoso despacho-biblioteca. Era un viejo zorro para tales menesteres.Ahora tenía ya entre sus ojos, bajo el f
atrapada por la locura (libro)
Se disponía a telefonear a una rubia curvilínea, con la que pasaba de vez en cuando muy buenos ratos. Pero Stanley Duffy, joven, muy alto, ancho de tórax, no llegó a marcar los
besando a la muerte (libro)
Entre la espesa y densa niebla que a menudo se cernía sobre la localidad de Middlentton, la novia vestida de blanco había llegado a convertirse en una visión sobrecogedora. Sob
brindo por ti, muerte (libro)
La abuela está muerta, y su cuerpo se está descomponiendo, pudriéndose… Aun así, la abuela, la otra noche, se incorporó dentro del ataúd…
cepo mortal (libro)
A todos se les puso la carne de gallina, cuando recibieron la noticia de que Paul Moore había fallecido. O mejor dicho, cuando recibieron la notificación del notario, en la que
cuando la sangre ahoga (libro)
Aún tenía a salvo la yugular, de eso que siguiera viviendo. ¿Acaso era lo que su asesino pretendía, que se dilatara su agonía en medio de aquel afluir aparatoso de sangre? Posi
cuando los muertos no mueren (libro)
Douglas Pooland y Charles Sontreux se hicieron amigos en Oxford. De la misma edad e idénticos gustos, todo fue siempre sincera camaradería y leal amistad entre ellos. Pero los
del suelo brotaba la muerte (libro)
Pero cuando llegaron a la cuna del niño…Cientos y cientos de ratas la habían invadido, y se habían lanzado, voraces y roedoras, sobre la indefensa criatura. Una criatura que ya
después de la autopsia (libro)
Se había quedado tan pálido, tan lívido, que cualquiera hubiera creído que acababa de morir. Pero Patrick Plarisse aún vivía, de ello que entreabriera los ojos y murmurara: —Hi
después del horror (libro)
Podía pagarse dinero por no vivir en Wes-Westley, una localidad oscura, lúgubre, casi tenebrosa, situada junto a la costa del norte de Inglaterra.Sin embargo, Jack Randell habí
dominadas por el pánico (libro)
El conductor del autocar les dijo que tardaría unos diez minutos en arreglar la avería del motor, y Stefanie decidió apearse y estirar un poco las piernas. Los otros pasajeros,
el asesino de muchachas negras (libro)
ERA aquélla una pulsera de brillantes valorada en más de un millón de dólares. El famoso industrial William Barner la había adquirido para su hija Pamela. Pero la valiosa pulse
el asesino ríe a carcajadas (libro)
Dan Brolley poseía una espléndida casa a una milla de la ciudad de Groney City, en el distrito más residencial. El jardín era amplio, extenso, muy arbolado, rodeado por una alt
el castillo de los jorobados (libro)
La abertura daba entrada a un pequeño sótano, hacia donde, en aquel momento, se filtraban los dos últimos rayos de sol. De un sol que se perdía en medio de un ocaso rojo, viole
el diabólico doctor zaroff (libro)
De todos modos, la muchacha vio perfectamente la pierna que surgió de entre los árboles. Una pierna enorme, descomunal… Sólo podía corresponder a un auténtico gigante… ¡Tenía v
el fuego quemó su cerebro (libro)
Antes de darle la marcha al coche, Montgomery Finters echó una mirada a su casa. Y fue una mirada que en aquellos momentos hubiera querido tener el poder de destruir… ¡Malditas
el hombre de las dos cabezas (libro)
Con la lengua pegada al paladar, Jessica esperó a que apareciera por aquella puerta abierta de par en par el hijo de la señora Anderson. ¿Qué defecto físico se esperaba…? ¿Quiz
el infierno les tragó (libro)
Entonces apareció un bisturí. Un brillante y afiladísimo bisturí, que suplantó a la pistola automática, con silenciador, en aquella mano asesina.Apareció, también, un pequeño s
el jardín endemoniado (libro)
Se habían internado en la selva, siguiendo la ruta trazada, hasta alcanzar el río. Lugar este en que los componentes de la expedición decidieron dar por finalizada su arriesgad
el precio del miedo (libro)
Sabía bucear muy bien, y lo demostró profundizando varios metros con facilidad.De pronto, Lucille vio a aquel hombre, al que antes viera zambullirse en el mar. El agua, en aque
el siniestro asesino soy yo (libro)
Lex Reeves detuvo su descapotable, se apeó, y con largas y elásticas zancadas entró a tomar una cerveza en el parador de la carretera. Tendría unos veintisiete años, una figura
el tesoro diabólico (libro)
«Apreciado amigo:Estoy tan asustado por las extrañas circunstancias que me rodean, que no sé ciertamente cómo reaccionar.Tú siempre has sido muy distinto a mí, desenvuelto, dec
en el umbral del averno (libro)
Estaba en aquellos instantes bajo las ramas de un árbol, y el tupido follaje peinaba su cabeza. Acababa de sentir un extraño roce. Aunque podía tratarse de las hojas, no era es
en las garras del terror (libro)
Rosemary no pudo contener su espanto al ver que aparecía una larguísima y enorme serpiente ante la puerta por la que ella pretendía salir de aquella casa de campo. Una serpient
enloquecidos por el terror (libro)
¡Pero qué horripilante y dantesco resultaba aquel espectáculo! ¡Qué pavoroso…!Sobre una mesa de operaciones, cerca de un armario de metal y cristal donde se veía instrumental m
escalofríos de muerte (libro)
Cuando la puerta quedó abierta, el espectáculo que se presentó ante sus ojos resultó tan horripilante, tan aterrador, que unos y otros necesitaron hacer un esfuerzo infrahumano
gritos pavorosos en la noche (libro)
De aquel centro psiquiátrico —antes llamado por todos el manicomio de San Patricio—, se habían escapado tres enfermos. —Son peligrosos —había dicho el director—. Hay que avisar
hablaba desde el más allá (libro)
Se estaba muriendo, y todos lo sabían, incluso la propia interesada. Daba pena mirarla. Pálida, delgada, aún joven. Intentaba sonreír para no entristecer demasiado a los que se
horror a la vista (libro)
Una sensación de miedo, de pánico, planeaba como un siniestro cuervo en el ánimo de lord Wanley. Era una angustiosa sensación, que no podía evitar desde que Elisabeth, su única
horror en el cuarto oscuro (libro)
La oscuridad era intensa, cerrada. El cielo se hallaba encapotado. Había empezado a llover.La silueta del caserón se perdía entre aquellas intensas sombras, sobre la leve colin
junto al pavoroso cementerio (libro)
Lucille Farren se había enamorado de aquel hombre y se había casado con él. No se había detenido a considerar si hacía bien o mal. Lucille Farren era fina, delicada, parecía un
la armadura de lord weey (libro)
El fuerte viento zarandeaba con furia, casi con rabia, las ramas de los árboles a ambos lados de la carretera. El coche, con Clark Murray en su interior, torció a la derecha po
la calavera viviente (libro)
—No sé decirle más, pero la verdad es que me encuentro muy asustada.—Asustada, ¿de qué? Concréteme.—Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez sólo de uno de ellos, no sabría
la casa de las cabezas cortadas (libro)
Quienes visitaban la localidad de Marnesstton solían reparar en la casa donde residía la alta, seca y excéntrica Meredith Porley. Era una casa espléndida, magnífica, que cierta
la danza de los esqueletos (libro)
En el bar Moon Flood se reunían todas las prostitutas de la pequeña localidad de Bannonwell. Era aquél un local bastante espacioso, con una amplia barra y mesitas por los lados
la guadaña de la muerte (libro)
¿Qué sensación debe experimentar una persona que sin pensarlo asoma su cabeza en un nido de avispas? Sin duda va a ser atacada de un momento a otro... ¿Qué debe sentir quien de
la mansión de las serpientes (libro)
La vía férrea pasaba a pocos metros de la arena de la playa. Desde allí podía oírse perfectamente el rumor de las olas. Cerca estaba Mandristton, con sus pocos habitantes y su
la mansión de los locos (libro)
—Bisturí —dijo el doctor. La enfermera se apresuró a ofrecérselo. El paciente acababa de ser anestesiado. Se hallaba sobre la mesa de operaciones cubierto con una sábana hasta
la muerte afila sus dientes (libro)
—Digo, que uno a uno iré matándolos, exterminándolos. Sí, detesto, aborrezco, odio desesperadamente a los hombres que me aman… Ellos, los que decían amarme, han condenado a mis
la muerte anda sola (libro)
La actuación del ventrílocuo Lionel Waggett estaba causando la más viva admiración. En la lujosa sala de fiestas todos se hallaban pendientes de él. Lionel Waggett y su muñeco,
la muerte pregunta por ti (libro)
Cerró los ojos. Quiso por un instante imaginarse el gozoso, sublime e inenarrable placer que sentiría si fuera verdugo. Si estuviera alzando el hacha en el aire presto a descar
la muerte regaló cinco llaves (libro)
Finalmente, la soga le alcanzó el cuello y se ciñó en torno a su yugular.Arlene chilló de nuevo, esta vez dando una sacudida tan violenta que estuvo a punto de volcar el sillón
la muerte ríe en el quirófano (libro)
Sabía que aquel trozo de metralla estaba alojado cerca de su corazón. Tan cerca que un mínimo desplazamiento podía ocasionarle la muerte. Sin embargo, aquel trozo de metralla n
la muerte sabía su oficio (libro)
Nunca le había gustado vivir con su tío. Tal vez porque la casa en que residía, en las afueras de Rossenward, siempre le había desagradado. Demasiado grande. Demasiado fría e i
la muerte se mira al espejo (libro)
El viejo doctor Woodyn vio la lancha motora muy cerca de la rocosa costa, pero ni por casualidad se le ocurrió pensar que aquellos tres hombres pudieran estar esperándole a él.
la muerte tiene ocho brazos (libro)
Según otros, la condesa vio que su marido sospechaba algo y de forma precipitada decidió huir, llevándose la joya puesta. Anduvo a lo largo del acantilado, rocoso, indómito, br
la muerte tiene ojos (libro)
A aquel jovencito le gustaba pescar en el riachuelo, y solía acudir allí, a su florida orilla, todos los días festivos. Tenía que ir a través del bosque, pero se sabía de memor
la sombra enlutada (libro)
Le dieron tentaciones de levantarse y de ir a despertar a Natalie. Pero no, no lo hizo. La pobre bastante tenía con sus auténticas preocupaciones, para que ella fuera a inquiet
lamentarás haber nacido (libro)
¡Maldito cuadro! ¡Una y mil veces maldito...! Desde que lo había pintado su existencia era una angustia continua, una zozobra ininterrumpida, un jadeo incontenible. Hasta el ai
los crímenes de la calavera (libro)
La niebla se arrastraba hecha jirones junto a las tumbas, junto a las cruces, junto a las lápidas. El silencio del cementerio era total, absoluto. Parecía como si aquellos muer
los muertos gritan de espanto (libro)
—Tengo miedo a morir asesinada —le tembló la voz—. Mucho miedo… Esto me hace vivir con el alma en un hilo…—¿A morir asesinada? —Richard no pudo tomárselo en serio—. Pero ¿quién
los muertos quieren vivir (libro)
AQUEL sótano estaba lleno de telarañas. Y allí, colgada por las muñecas, una muchacha rubia, medio desnuda, desorbitaba los ojos de pavor ante el final inapelable que le espera
más horrible cada vez (libro)
«Era agradable internarse en el bosque de Allen Rood, sentarse junto a un árbol, bajo su protectora sombra, apoyar la espalda en su grueso tronco y escribir versos. Así al meno
me escapé del infierno (libro)
Primeros de diciembre de 1968. La noche era negra, tenebrosa, y el viento silbaba inquietante y amenazador a través de los desnudos árboles que bordeaban la carretera. Una carr
me parece que he muerto (libro)
Se despertó, viendo que se hallaba en el camarote de un trasatlántico. Pero a pesar de haberse despertado, Jennifer experimentó la profunda, hiriente y espeluznante sensación d
noche de espanto (libro)
Resultaba evidente que uno de los presentes había cometido aquel crimen. Porque era un crimen ¡o algo muy parecido, o quizá aún algo peor! Pero ninguno de los presentes tenía l
noche de horror y muerte (libro)
La muchacha había sacudido la cabeza. No recordaba nada. Ni de dónde venía. Ni adónde iba. Ni siquiera quién era ella. ¿Qué hacía en aquel coche que se había estrellado contra
reiré en mi funeral (libro)
Aquel muchacho llevaba una gorra calada hasta las orejas. Sus manos sujetaban el volante de la camioneta con firmeza, con seguridad. Por lo menos estuvo seguro de sí mismo y de
rosas de sangre (libro)
Se abrió la puerta de la pequeña casa de planta baja y apareció el sillón de ruedas. La joven paralítica, de mirada oscura, fría, inanimada, impulsó las ruedas. El sillón fue h
sanatorio de horrores (libro)
El director del News of the Day le había dado instrucciones bien concretas. —Vaya a Woottlan, visite el sanatorio psiquiátrico y escríbame unos buenos artículos de esos tres lo
se bañaba en sangre (libro)
La noche estaba muy oscura y Rebecca sintió miedo. Pero era una prostituta. No era otra cosa. Tenía que salir a la calle a buscar clientes. Respiró hondo y se adelantó hacia el
soy yo, la muerte (libro)
Cornelia Russell acababa de regresar a su casa, de planta baja y un piso, situada al pie mismo de la carretera. Se hallaba a unos seis kilómetros de la pequeña localidad de Mon
sus víctimas morían de horror (libro)
La mansión de Steel-Laines se perdía entre la niebla, aquel atardecer del mes de febrero de 1945. Sobre la inhóspita colina en que fue construida cien años atrás, su silueta se
terror en el ataúd (libro)
Charlotte supo que había «muerto» cuando quiso mover los brazos sobre el embozo de la sábana y no pudo hacerlo; cuando intentó encoger las piernas y siguieron estiradas a lo la
terror en escarlata (libro)
Ella estaba ya, inevitablemente, inapelablemente, en poder de su asesino. Se quedaría sin saber quién era. Sólo supo, al levantar los brazos y adelantar las manos, que llevaba
un ser horrible, monstruoso (libro)
La lujurienta selva detenía la mirada, taponaba la perspectiva. No obstante, el poblado indígena estaba cerca, a menos de dos kilómetros de aquel mal camino que los nativos con
una invitada del más allá (libro)
—¡Es una bruja! ¡Hay que quemarla en la hoguera! Al oír el griterío de aquellos hombres y mujeres, habitantes de la localidad de Conwaymell, Maggie echó a correr hacia el casti
vencida por el espanto (libro)
Vanessa McQueen bebió de un trago su cuarto whisky. Quería aturdirse y no dar importancia a lo que podía depararle el porvenir. Un porvenir que dependía de lo que el prestigios
viaje al infierno (libro)
Geraldine respiró profundamente para recuperar el dominio sobre sí misma. Luego, tras sentir que cedía el asustado martilleo de su corazón, continuó andando. En sus días libres
¡peor que asesinar…! (libro)
El conde Maylor sólo deseaba dar alcance a su esposa y matarla… No sabía cómo lo haría, ya que estaba sin manos, pero no la dejaría con vida. De eso estaba seguro.La condesa Ma
¿quién mutiló a evelyn? (libro)
Gritó, como si de este modo pudiera impedir que el hacha descendiera y se incrustara en su cabeza. En realidad, ni acertó a levantar los brazos. No pudo, por tanto, impedir el
¿surgió la muerte del ataúd? (libro)
Volvió a sentir el ruido de unos pasos… Éstos, ahora, se alejaban. Alguien estaba abandonando la habitación.Y si sólo estaban el muerto y ella, y si ella seguía en el sillón, ¿
a gritos me pedirás morir (libro)
—La vida acabará siendo un tormento para ti. A gritos me pedirás morir.Pero Davina jamás le pidió eso a su marido. Sin embargo, en más de una ocasión había de decir:—Esto no acabará así… Esto no acabara así…Su sirvienta de más confianza, cuando Davina hubo muerto y estuvo ya enterrada en el cercano cementerio de Waldenmassey, explicó:—Si mi señora llevaba tapada la amputación de su brazo, no, no era porque le faltara la mano. No era por eso… ¡Era porque la mano le había crecido! Bueno, en lugar de mano le había crecido una garra… Como si fuera un león, o un tigre, o un leopardo…Pero nadie, claro está, se creyó lo que dijo la sirvienta.¿Cómo iba alguien a creerse semejante cosa?Por descontado que no.Sin embargo, pocos meses después murió a zarpazos —y en la localidad de Waldenmassey no había fieras— el que años atrás fuera el amante de Davina, el que, al verse descubierto, había huido pensando solo en sí mismo.Y también murió, de igual forma, a zarpazos, Roger de Andrewstton.
agónica desesperación (libro)
Desde el jardín había conseguido abrir el ventanal y colarse en el lujoso despacho-biblioteca. Era un viejo zorro para tales menesteres.Ahora tenía ya entre sus ojos, bajo el foco de luz de su linterna de bolsillo, el cuadro tras el cual se hallaba empotrada la caja fuerte.De unos cuarenta años, delgado de cuerpo y anguloso de rostro, Mick Floom se dijo que, al fin, la suerte iba a sonreírle. Sería rico, y podría vivir como siempre había soñado. Todo estaría al alcance de su mano. y eso sucedería dentro de muy poco, en cuanto el contenido de aquella caja de caudales se hallara en su poder.
atrapada por la locura (libro)
Se disponía a telefonear a una rubia curvilínea, con la que pasaba de vez en cuando muy buenos ratos. Pero Stanley Duffy, joven, muy alto, ancho de tórax, no llegó a marcar los números que, dicho de paso, se sabía de memoria. Oyó que llamaban a la puerta de su pequeño, pero cómodo y confortable apartamento, y su mano quedó inmovilizada. Le extrañó la llamada. No esperaba a nadie. No obstante, el timbre había sonado. Así que pensó que lo mejor que podía hacer era ir a abrir. Pero al abrir no vio a nadie, y se quedó sin acertar a explicarse lo sucedido. Aunque dada su profesión, detective privado, estaba acostumbrado a los hechos más incomprensibles e insólitos. Ya cerraba la puerta, cuando se dio cuenta de que alguien, quien fuera, había deslizado un sobre por debajo de la misma. Se agachó y lo recogió.
besando a la muerte (libro)
Entre la espesa y densa niebla que a menudo se cernía sobre la localidad de Middlentton, la novia vestida de blanco había llegado a convertirse en una visión sobrecogedora. Sobre todo para las mujeres. Esa visión aparecía y desaparecía como si se tratara de un juego de ilusionismo, de magia. Pero aquel no era el número de un espectáculo teatral, a cuyo término el público aplaudía, sino una realidad de inquietantes y amenazadoras consecuencias.
brindo por ti, muerte (libro)
La abuela está muerta, y su cuerpo se está descomponiendo, pudriéndose… Aun así, la abuela, la otra noche, se incorporó dentro del ataúd…
cepo mortal (libro)
A todos se les puso la carne de gallina, cuando recibieron la noticia de que Paul Moore había fallecido. O mejor dicho, cuando recibieron la notificación del notario, en la que les hacía saber que, siguiendo los deseos del propio fallecido, su testamento sería leído instantes después de haberse llevado a cabo el entierro. Su contenido sería dado a conocer en el despacho-biblioteca de la mansión en la que hasta entonces viviera el aludido Paul Moore. Mansión enorme, inmensa, inacabable, que quizá hubiese resultado hermosa a no ser por el lugar en que se hallaba.
cuando la sangre ahoga (libro)
Aún tenía a salvo la yugular, de eso que siguiera viviendo. ¿Acaso era lo que su asesino pretendía, que se dilatara su agonía en medio de aquel afluir aparatoso de sangre? Posiblemente, sí. Bien estaba demostrando que la lanza daba infaliblemente donde quería.Y otra lanza, pintarrajeada a rayas rojas y negras, iba ya camino de él.Pegado al árbol, no podía hacer nada, nada en absoluto, por evitarlo. Sólo podía rogar que acabase con él de una vez.Su ruego no fue satisfecho. La lanza le atravesó nuevamente el cuello, pero por lo visto por ningún lugar enteramente vital.Nuevo afluir de sangre por la boca, a chorros, a borbotones, hasta sentir que se asfixiaba, que se ahogaba.Otra lanza.Ésta sí acabó con su vida, al provocarle un súbito colapso.Pero aún la mano asesina lanzó otra lanza, y otra, todas dirigidas al cuello, hasta que la cabeza quedó tétricamente decapitada, separada del cuerpo.El cuerpo se desplomó contra el suelo.La cabeza quedó sujeta al árbol.
cuando los muertos no mueren (libro)
Douglas Pooland y Charles Sontreux se hicieron amigos en Oxford. De la misma edad e idénticos gustos, todo fue siempre sincera camaradería y leal amistad entre ellos. Pero los estudios dieron fin y tuvieron que decirse adiós. Douglas Pooland había nacido en el norte de Inglaterra y Charles Sontreux en el sur de Francia. Iban a ser, pues bastantes kilómetros los que les separaran. No obstante, el Destino tenía escrito con letras rojas, sin duda de sangre, que volverían a verse. Y sí, en efecto, unos años después se encontraron de nuevo. Del modo más impensado.
del suelo brotaba la muerte (libro)
Pero cuando llegaron a la cuna del niño…Cientos y cientos de ratas la habían invadido, y se habían lanzado, voraces y roedoras, sobre la indefensa criatura. Una criatura que ya no lloraba. Una criatura de piel fina, blanda, que olía a leche de la madre, y que estaba resultando un festín de excepción.Cuando el padre cogió la escoba y a bandadas consiguió sacar a las ratas de allí, a lo que monstruosamente se resistían, el cuerpo del niño ya no se movía.En realidad, casi ni cuerpo existía ya. ¡Había sido roído de un modo tan horroroso, tan infernal, por tantos y tantos lugares a la vez!¡Era sólo un trozo de carne ensangrentada, que ni párpados, ni ojos, ni naricilla tenía ya!La madre lanzó un grito de horror, un alarido de espanto, que se oyó en más de un kilómetro a la redonda.
después de la autopsia (libro)
Se había quedado tan pálido, tan lívido, que cualquiera hubiera creído que acababa de morir. Pero Patrick Plarisse aún vivía, de ello que entreabriera los ojos y murmurara: —Hija mía…, hija mía… Junto al lecho se hallaba Moira, una muchacha alta, delgada, espigada, con el cabello largo y rubio. Un cabello que le ocultaba el rostro, o mejor dicho, el lado izquierdo del rostro. Patrick Plarisse sonrió con infinito cariño a aquella muchacha, de la que, debido a la posición de ella, estaba viendo tan sólo el lado derecho de su fisonomía.
después del horror (libro)
Podía pagarse dinero por no vivir en Wes-Westley, una localidad oscura, lúgubre, casi tenebrosa, situada junto a la costa del norte de Inglaterra.Sin embargo, Jack Randell había vuelto allí después de haberse hecho millonario en la ciudad. Salió de la localidad diciendo que regresaría para ser el más rico del lugar. Había cumplido su promesa.Se fue cuando apenas contaba veintitrés años. Regresó a los cincuenta, con una hija de diez, llamada Melissa, de cabellos oscuros, de ojos negros, con un carácter que, según se decía, era tan vivo que pecaba de violento y agresivo.
dominadas por el pánico (libro)
El conductor del autocar les dijo que tardaría unos diez minutos en arreglar la avería del motor, y Stefanie decidió apearse y estirar un poco las piernas. Los otros pasajeros, tres en total, se quedaron en sus respectivos asientos. Eran personas mayores y sin duda pensaron que el aire frío de aquel atardecer de otoño podía sentarles mal. Stefanie era una muchacha de veintitrés años, muy guapa. Rubia, de ojos azules, con una silueta preciosa. Vestía pantalones oscuros, un grueso jersey blanco y llevaba un bolso colgado del hombro. Apenas fuera del vehículo de línea, echó una mirada a aquellos alrededores. Pronto reparó en una mansión que se perfilaba en lo alto de una loma, relativamente cerca de allí. Era una vieja mansión que hacía pensar en esas películas de miedo que todos hemos visto alguna vez.
el asesino de muchachas negras (libro)
ERA aquélla una pulsera de brillantes valorada en más de un millón de dólares. El famoso industrial William Barner la había adquirido para su hija Pamela. Pero la valiosa pulsera había desaparecido cuando el joyero se disponía a enviarla a la Quinta Avenida, lugar en que se hallaba situada la lujosa residencia del comprador. Muy poco después, en la Madison Avenue, un hombre disparó su pistola contra un coche de la policía, hiriendo a un agente y matando a otro. Había creído que iban tras él.
el asesino ríe a carcajadas (libro)
Dan Brolley poseía una espléndida casa a una milla de la ciudad de Groney City, en el distrito más residencial. El jardín era amplio, extenso, muy arbolado, rodeado por una alta verja. Un largo sendero de grava llevaba desde la puerta de hierro hasta la entrada de la casa. Más allá, la piscina y el campo de tenis. En la fachada, grandes ventanales y amplísimas terrazas. No parecía faltar nada.
el castillo de los jorobados (libro)
La abertura daba entrada a un pequeño sótano, hacia donde, en aquel momento, se filtraban los dos últimos rayos de sol. De un sol que se perdía en medio de un ocaso rojo, violento, ensangrentado.Y dentro de aquel sótano, ¡horror!, se veían muchos esqueletos… Todos ellos con la espina dorsal torcida, curvada, delatando la deformidad de una joroba.Un sudor frío, helado, gélido, perló la frente de lord Morggine, que había hincado una rodilla junto a aquella cavidad para mejor percatarse de lo que había en ella.En aquel instante, del interior del sótano, surgió una voz. Una voz cavernosa que no parecía humana. No, no debía serlo. Sin duda pertenecía a alguno de aquellos muertos.—Has interrumpido nuestro reposo… La maldición caiga sobre ti, lord Morggine. Todos tus hijos serán jorobados, como lo fuimos nosotros… Si alguno te nace normal, morirá de manera violenta… Sí, morirá de manera violenta —repitió la voz—. Todos aquellos hijos que tengas normales… Sólo te vivirán los que nazcan jorobados…
el diabólico doctor zaroff (libro)
De todos modos, la muchacha vio perfectamente la pierna que surgió de entre los árboles. Una pierna enorme, descomunal… Sólo podía corresponder a un auténtico gigante… ¡Tenía varios metros de largura y una anchura enorme, y una fuerza, sin duda, demoníaca!Esa pierna impidió que la joven pelirroja prosiguiera su precipitada carrera. Esto lo primero. Luego levantó el pie, de uñas muy crecidas, tan curvadas que casi parecían garras, y de un pequeño golpe la derribó. Ciertamente no hizo falta más. Seguidamente colocó la planta del pie encima del pobre cuerpo que gemía y jadeaba de puro pánico, y pisó fuerte, con todo el peso de su cuerpo.Bastó y sobró, por descontado, para que la infeliz quedara materialmente chafada.Hasta la muchacha llegó el ruido de los huesos, al romperse, al hacerse añicos.En aquel momento, ya se había hecho visible el cuerpo del gigante… ¡Porque era un auténtico gigante por su estatura, aunque un verdadero monstruo por sus características!Tenía el cráneo pelado, y su cuerpo se hallaba cubierto de un pelo espeso, tupido, como si se tratara de un oso, o de una bestia similar. Los ojos le sobresalían tanto, que casi parecían hallarse fuera de sus órbitas. Los incisivos asomaban amenazadoramente por entre los labios.
el fuego quemó su cerebro (libro)
Antes de darle la marcha al coche, Montgomery Finters echó una mirada a su casa. Y fue una mirada que en aquellos momentos hubiera querido tener el poder de destruir… ¡Malditas mujeres aquéllas! La casa era de planta baja y un piso, con un interior aparentemente grato y acogedor. Pero a él, allí dentro, el aire se le hacía sencillamente irrespirable. Se ahogaba, se asfixiaba. No podía resistirlo. El día menos pensado lo echaría todo a rodar…
el hombre de las dos cabezas (libro)
Con la lengua pegada al paladar, Jessica esperó a que apareciera por aquella puerta abierta de par en par el hijo de la señora Anderson. ¿Qué defecto físico se esperaba…? ¿Quizá una terrible joroba, agachando y retorciéndole el cuerpo? ¿Tal vez una espantosa cicatriz cruzándole el rostro…?No, no sabía exactamente lo que se esperaba.Sólo supo que, al verle, sintió que se tambaleaba como si estuviera borracha. Todo empezó a darle vueltas a una velocidad vertiginosa.¡Tenía dos cabezas! ¡El hijo de la señora Anderson tenía dos cabezas!Una de ellas colocada sobre el cuello, en su lugar correspondiente. La otra incrustada en el hombro izquierdo. Las dos iguales, exactas, idénticas.
el infierno les tragó (libro)
Entonces apareció un bisturí. Un brillante y afiladísimo bisturí, que suplantó a la pistola automática, con silenciador, en aquella mano asesina.Apareció, también, un pequeño saco.Poco después, el bisturí se acercaba al cuello de Jeff y sin flaquear en modo alguno, empezaba a cortar el cuello de derecha a izquierda, de un extremo a otro.Pero Jeff no estaba aún enteramente muerto y ante el corte incisivo del reluciente acero, se agitó, dio una sacudida, abrió los ojos y desorbitó alocadamente la mirada…Esto sí fue, realmente, lo último que hizo. Murió en aquel momento.Momento que no respetó el bisturí, que siguió su aterradora faena hasta llegar al final que se había propuesto.Y el final era separar por entero, por completo, aquella cabeza de aquel cuerpo.
el jardín endemoniado (libro)
Se habían internado en la selva, siguiendo la ruta trazada, hasta alcanzar el río. Lugar este en que los componentes de la expedición decidieron dar por finalizada su arriesgada incursión. Otra cosa hubiera equivalido a una insensata temeridad, pues los peligros, conforme avanzaban, se estaban haciendo cada vez más y más insoslayables. Pero, en realidad, lo que les hizo optar por volver al lugar de partida fue el hecho de que Edmund Walling y Peter Powers, los dos principales organizadores de la expedición, discutieran la noche antes. Una discusión acalorada, violenta, encolerizada, que pudo acabar de la peor manera si no hubieran llegado a separarles.
el precio del miedo (libro)
Sabía bucear muy bien, y lo demostró profundizando varios metros con facilidad.De pronto, Lucille vio a aquel hombre, al que antes viera zambullirse en el mar. El agua, en aquel lugar era clara y nítida, así que pudo reparar perfectamente en él.Su cuerpo estaba en el fondo, entre unas plantas que el vaivén del agua movían de un lado para el otro.Lucille dedujo que esas plantas debían haberle atrapado, impidiéndole salir y provocando su ahogo, su asfixia, y en consecuencia su muerte.¡Pero en aquel preciso instante le vio moverse, abrir los ojos, mirarla, y esbozar una sonrisa…!
el siniestro asesino soy yo (libro)
Lex Reeves detuvo su descapotable, se apeó, y con largas y elásticas zancadas entró a tomar una cerveza en el parador de la carretera. Tendría unos veintisiete años, una figura atlética y un rostro virilmente atractivo. Trabajaba en la bolsa de Nueva York. Actualmente, de vacaciones, se estaba dedicando a viajar. Le gustaban las mujeres bonitas. Sentía por ellas una auténtica debilidad. —Bien fría. Pero apenas solicitada la cerveza en el mismo mostrador, vio a una muchacha estupenda en una mesita redonda, apartada. Entonces le dijo al camarero: —Sírvame la cerveza allí. —De acuerdo, señor. Lex Reeves se sentó en la mesita contigua. Quedó frente a la chica morena, de ojos oscuros y profundos, de deliciosa figura. Se sentía dispuesto a una nueva conquista. No obstante, pronto se dio cuenta de que la tal muchacha no estaba para muchos devaneos. Tenía los nervios a flor de piel.
el tesoro diabólico (libro)
«Apreciado amigo:Estoy tan asustado por las extrañas circunstancias que me rodean, que no sé ciertamente cómo reaccionar.Tú siempre has sido muy distinto a mí, desenvuelto, decidido, valiente, por lo que humildemente requiero tu ayuda en nombre de la amistad que nos une desde hace tantos años, desde que éramos jóvenes.Discúlpame el atrevimiento de dirigirme a ti, pero no tengo a nadie más a quien recurrir.No creas que exagero al estar asustado. Los motivos, verdaderamente, me sobran.¿No es para erizar los caballos, dormirse pero saberse despierto, e ir a parar cada noche a una gruta y de allí a un tesoro fastuoso, que luego, al día siguiente, al dejar el lecho, no sabes dónde hallar…?Ven pronto, por favor.Presiento que la muerte, una muerte guiada, premeditada, cerebral, asoma sus garras por entre las cuatro paredes de esta casa.Peter Molkan»
en el umbral del averno (libro)
Estaba en aquellos instantes bajo las ramas de un árbol, y el tupido follaje peinaba su cabeza. Acababa de sentir un extraño roce. Aunque podía tratarse de las hojas, no era eso. La diferencia era notable. Por eso, porque el motivo podía ser grave, se había quedado como paralizado. Desde luego, reaccionó en el acto. Conocía lo suficiente aquellas tierras, sus traiciones y sus celadas, y sabía que unos instantes de demora podían ser su perdición. Dio unos pasos y apuntó hacia el árbol, hacia lo alto. Había arrojado la pequeña maleta, algo enteramente inútil, engorroso e incómodo, en aquellos instantes llenos de tensión.
en las garras del terror (libro)
Rosemary no pudo contener su espanto al ver que aparecía una larguísima y enorme serpiente ante la puerta por la que ella pretendía salir de aquella casa de campo. Una serpiente que, tras erguir siniestramente la cabeza, se puso en actitud de quien va a atacar de un momento a otro. Fue tanto su espanto, que la muchacha gritó con todas sus fuerzas. Aunque no hubiera querido dar ese gusto al hombre violento, salvaje, con una profunda cicatriz en la mejilla derecha, que estaba en el interior de la casa, de quien ella se había separado tras darle un fuerte y desesperado empujón.
enloquecidos por el terror (libro)
¡Pero qué horripilante y dantesco resultaba aquel espectáculo! ¡Qué pavoroso…!Sobre una mesa de operaciones, cerca de un armario de metal y cristal donde se veía instrumental médico, estaba la muchacha… despellejada. ¡Despellejada de una sola pieza!Y la «pieza» sacada de su cuerpo estaba sobre otra mesa de operaciones, esmeradamente puesta, cuidadosamente colocada, para que no se estropeara. Para que no diera de sí, ni encogiese. Como si se tratara de una ropa recién lavada…El cuerpo de la muchacha era carne viva por todos los lados. Sólo le quedaban los cabellos y los ojos, desorbitadamente abiertos. Y aquel montón de carne sangrante permanecía rígido. Debía estar muerta hacía ya muchas horas.
escalofríos de muerte (libro)
Cuando la puerta quedó abierta, el espectáculo que se presentó ante sus ojos resultó tan horripilante, tan aterrador, que unos y otros necesitaron hacer un esfuerzo infrahumano para seguir en pie.La enorme serpiente había engullido ya casi por completo a Gerald Mulligan. Sus fauces se hallaban ahora apenas a dos centímetros de su cuello. Sólo faltaba por devorar la cabeza.Gerald Mulligan seguía sin volver en sí, y sin agitarse, sin siquiera moverse. Vencido por completo por su borrachera.La serpiente seguía engulléndole, tragándole.Los seis espectadores de aquella escena, vieron, con los ojos dilatados por el terror, como dentro de aquellas fauces desaparecería hasta el último cabello de aquella cabeza.La serpiente quedó con un colosal abultamiento en la parte central de su cuerpo. Fue la única huella visible de la presa que había ingerido tan pavorosamente.
gritos pavorosos en la noche (libro)
De aquel centro psiquiátrico —antes llamado por todos el manicomio de San Patricio—, se habían escapado tres enfermos. —Son peligrosos —había dicho el director—. Hay que avisar inmediatamente a la policía. Uno de ellos se llamaba Frank. Alto y fuerte, de unos treinta y cinco años, perdió la razón luego de asesinar a hachazos a su esposa y a su hijo. Se cebó en ellos de una forma tan atroz, tan honorífica, que la verdad es que los cuerpos de ambos acabaron en pedazos en medio de un charco espeluznante de sangre. Al parecer la esposa le era infiel y el hijo era de su amante. El otro, llamado Robert, bajo y recio, de mediana estatura, había asesinado, asimismo con un hacha, a su hijastra, una niña de unos doce años por la que se sentía atraído sexualmente. La había asediado en incontables ocasiones, de noche y de día, y al ser una vez más rechazado por ella, le quitó la vida sin contemplaciones.
hablaba desde el más allá (libro)
Se estaba muriendo, y todos lo sabían, incluso la propia interesada. Daba pena mirarla. Pálida, delgada, aún joven. Intentaba sonreír para no entristecer demasiado a los que se habían reunido alrededor de su cama para darle el postrero adiós. Pero Roberta Massey sabía que allí faltaba alguien, así que preguntó: —¿Y Jane? —su tono fue trémulo como el aleteo de un pájaro herido. —No creo que tarde en llegar —le respondió Donna, la hermana mayor. Donna Massey tenía cuarenta años cumplidos y mostraba el gesto altivo que siempre la había caracterizado. Pero ahora, no obstante, intentaba ser distinta, se esforzaba por proyectar otra imagen.
horror a la vista (libro)
Una sensación de miedo, de pánico, planeaba como un siniestro cuervo en el ánimo de lord Wanley. Era una angustiosa sensación, que no podía evitar desde que Elisabeth, su única hija, había decidido casarse a medianoche. A la hora de los fantasmas. En la capilla particular del castillo de Wanley, por descontado. Donde siempre se habían casado todos los Wanley, aunque, como es lógico, a horas menos intempestivas.
horror en el cuarto oscuro (libro)
La oscuridad era intensa, cerrada. El cielo se hallaba encapotado. Había empezado a llover.La silueta del caserón se perdía entre aquellas intensas sombras, sobre la leve colina.No había iluminación en sus ventanas. En ninguna de ellas.Todos sus ocupantes debían estar durmiendo, pues era ya más de medianoche. Por lo menos esto era lo más natural, sencillo y lógico de suponer.Sin embargo, alguien en la casa estaba despierto.Y acababa de salir de su dormitorio, con pasos medidos, sigilosos, para que no se oyeran.Esta persona, tras permanecer unos instantes inmóvil, agudizando el oído para asegurarse de que los demás reposaban en sus respectivas habitaciones, siguió adelante por el pasillo.Al llegar a la escalera, la enfocó hacia arriba, hacia el ático. Lentamente, con prudencia, pero sabiendo bien adónde iba y por qué iba.Fue directamente hacia el cuarto oscuro…Antes de entreabrir la puerta, vaciló, dudó. Pero no mucho. Sólo unos breves instantes.Como si se lo hubiera estado pensando mejor.Pero se lo tenía ya bien pensado.No iba a volverse atrás.Debía llevar a cabo lo que se llevaba en la cabeza.Abrió la puerta, pues, y entró… Y allí dentro estuvo bastante rato. Tuvo que estarlo. No le quedó otro remedio. Iba a encontrar algo y debía dar con esa cosa…
junto al pavoroso cementerio (libro)
Lucille Farren se había enamorado de aquel hombre y se había casado con él. No se había detenido a considerar si hacía bien o mal. Lucille Farren era fina, delicada, parecía una muñeca. Aún no había cumplido los diecinueve años y su vida, hasta entonces, había sido alegre, risueña, algo muy parecido a un trocito de cielo.
la armadura de lord weey (libro)
El fuerte viento zarandeaba con furia, casi con rabia, las ramas de los árboles a ambos lados de la carretera. El coche, con Clark Murray en su interior, torció a la derecha por el camino particular y no se detuvo hasta iluminar con sus focos la fachada de la mansión victoriana. Ya ante la puerta amplia y recia del edificio, el detective Clark Murray se apeó, cerrando a continuación la portezuela. Instantes después hacia sonar el aldabón. Esperaba que Victor Weey le recibiera de inmediato. Habían convenido por teléfono en que le estaría esperando. Pero Victor Weey, de pequeña estatura, delgado, el heredero de aquella inmensa y suntuosa mansión, no estaba… Había salido corriendo, atropelladamente, como huyendo de algo horrible, espantoso. Pudo ir en busca de sus primas Amanda y Myrna.
la calavera viviente (libro)
—No sé decirle más, pero la verdad es que me encuentro muy asustada.—Asustada, ¿de qué? Concréteme.—Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez sólo de uno de ellos, no sabría especificárselo. Lo único cierto, concreto, es que desde que han aparecido en el caserón, allí dentro se masca la... la...—¿La qué? —volvió a inquirir Roy.—La muerte.
la casa de las cabezas cortadas (libro)
Quienes visitaban la localidad de Marnesstton solían reparar en la casa donde residía la alta, seca y excéntrica Meredith Porley. Era una casa espléndida, magnífica, que ciertamente llamaba la atención. En sus salones se habían celebrado muchas y lúcidas fiestas. Pero eso pertenecía ya al pasado. En la actualidad, Meredith Porley era una mujer ya mayor, rara, maniática, con la que resultaba difícil convivir. A su sobrino Gregory, sin embargo, le reservaba todo su cariño. Con él no se planteaban problemas de ningún tipo.
la danza de los esqueletos (libro)
En el bar Moon Flood se reunían todas las prostitutas de la pequeña localidad de Bannonwell. Era aquél un local bastante espacioso, con una amplia barra y mesitas por los lados, discretamente situadas. Los hombres que buscaban un desahogo sexual, lo tenían sencillo, acudían allí, elegían, y no se hablaba más. Todo iba rodado. Ellas estaban en el bar para eso, para encontrar clientes y ganarse unas libras.
la guadaña de la muerte (libro)
¿Qué sensación debe experimentar una persona que sin pensarlo asoma su cabeza en un nido de avispas? Sin duda va a ser atacada de un momento a otro... ¿Qué debe sentir quien de pronto se vea poniendo el pie en tierra cenagosa? Una tierra que sin duda va a burbujear como una esponja apretada así que caiga la presa... Pues algo así, o al menos algo muy parecido, fue lo que experimentó Mónica mientras conducía su coche por la carretera. A sus oídos llegaba el cri-cri de los grillos del bosque, y la noche estaba llena de estrellas, y la luna brillaba esplendorosa, y todo hacía pensar que el mundo era maravilloso.
la mansión de las serpientes (libro)
La vía férrea pasaba a pocos metros de la arena de la playa. Desde allí podía oírse perfectamente el rumor de las olas. Cerca estaba Mandristton, con sus pocos habitantes y su escasa importancia. Donde bastante a menudo surgía la niebla. Donde casi siempre había humedad. No era un lugar agradable. Amanda hubiera deseado irse de allí. Pero ¿adónde ir? Ese pensamiento le asustaba, le acobardaba, y le hacía quedarse quieta, como esperando algo, algo importante que en realidad no llegaba. Amanda tenía los cabellos negros, muy negros, y los ojos verdes como esmeraldas. Su silueta era perfecta.
la mansión de los locos (libro)
—Bisturí —dijo el doctor. La enfermera se apresuró a ofrecérselo. El paciente acababa de ser anestesiado. Se hallaba sobre la mesa de operaciones cubierto con una sábana hasta los hombros. Pero aquel no era un quirófano normal, había sido improvisado en el sótano de una vieja mansión. Pero nada faltaba allí. Vitrinas, aparador, instrumental, todo estaba debidamente instalado. Incluso un foco espléndido de luz, que ahora acababa de ser encendido y que quedó pendiente del techo sobre el pálido paciente…
la muerte afila sus dientes (libro)
—Digo, que uno a uno iré matándolos, exterminándolos. Sí, detesto, aborrezco, odio desesperadamente a los hombres que me aman… Ellos, los que decían amarme, han condenado a mis padres a galeras… No ha habido piedad para ellos, y ya nunca más volveré a verlos… Por eso, en venganza, he jurado matar una y otra vez… Primero les dejo enamorarse —Raquel empezó a reír de un modo diabólico— luego me muestro apasionada con ellos y finalmente, cuando ya no desconfían, los mato…—¿Los matas? —Y Bill sudaba cada vez más.—Sí… Sí… —Ella seguía riéndose—. Pero aquí en Mesley, quiero hacerlo de una forma original, y por eso necesito de ti, de tus utensilios de trabajo…—¿De mis utensilios de trabajo? —repitió—. No te comprendo… Todo esto es un puro desvarío… ¿Qué es lo que dices…?Y Raquel especificó:—Necesito la sierra…
la muerte anda sola (libro)
La actuación del ventrílocuo Lionel Waggett estaba causando la más viva admiración. En la lujosa sala de fiestas todos se hallaban pendientes de él. Lionel Waggett y su muñeco, Nelson, componían un número ciertamente estimable, digno en verdad de los más calurosos y encendidos elogios. Lionel Waggett imprimía tanta vida a su muñeco, que éste, realmente, parecía hablar y moverse por sí mismo. La actuación de aquella noche estaba consistiendo en un largo diálogo entre ambos, que había empezado amigablemente y que luego, entre ironías y sarcasmos, había ido haciéndose áspero, violento, casi agresivo.
la muerte pregunta por ti (libro)
Cerró los ojos. Quiso por un instante imaginarse el gozoso, sublime e inenarrable placer que sentiría si fuera verdugo. Si estuviera alzando el hacha en el aire presto a descargar el golpe mortal y si el puesto del reo lo ocupara su esposa Beatrix... Abrió los ojos. El viento bramaba con fuerza contra los cristales tras te que él se hallaba, mientras la oscuridad de la noche ensanchaba su tenebroso y negro imperio alrededor de la señorial casa. Era Lawrence Bibberman, un hombre de unos treinta años, muy obeso, el que miraba hacia fuera, hacia el exterior.
la muerte regaló cinco llaves (libro)
Finalmente, la soga le alcanzó el cuello y se ciñó en torno a su yugular.Arlene chilló de nuevo, esta vez dando una sacudida tan violenta que estuvo a punto de volcar el sillón de ruedas.Se llevó las manos a la cuerda, desesperadamente, queriendo aflojársela pero la soga se alzó, de pronto, y ella también quedó allí colgando, junto a tío Jess.Poco después, se balanceaban sus piernas sin vida, como asimismo sin vida se balanceaba su cuerpo.
la muerte ríe en el quirófano (libro)
Sabía que aquel trozo de metralla estaba alojado cerca de su corazón. Tan cerca que un mínimo desplazamiento podía ocasionarle la muerte. Sin embargo, aquel trozo de metralla no se movía. Hacía treinta años que permanecía allí, inmóvil, cerca de la arteria coronaria. Y Frank Harold, el hombre que debía su fortuna a su boda con una rica heredera, se había olvidado ya de que su vida, en verdad, pendía de un hilo.
la muerte sabía su oficio (libro)
Nunca le había gustado vivir con su tío. Tal vez porque la casa en que residía, en las afueras de Rossenward, siempre le había desagradado. Demasiado grande. Demasiado fría e inhóspita. Demasiado, ¿por qué no decirlo...?, tétrica. Sí, aquella gran casa, que constaba de sótano, planta baja y un piso, y que tenía una explanada en su parte delantera y un terreno lleno de maleza a su alrededor, era tétrica. Desde la primera a la última de sus paredes. Desde el primero al último de sus ladrillos. Por eso, Deborah Romanns, joven, rubia y bonita, se sentía en un cielo en aquel pequeño apartamento que acababa de alquilar en la ciudad.
la muerte se mira al espejo (libro)
El viejo doctor Woodyn vio la lancha motora muy cerca de la rocosa costa, pero ni por casualidad se le ocurrió pensar que aquellos tres hombres pudieran estar esperándole a él. Y esperándole para matarle. Se dio cuenta de que estaban ebrios, borrachos. Más eso no le impresionó excesivamente, pues no era la primera vez que les veía en tal estado. Uno de ellos se hallaba empinando el final de una botella de buen brandy. Conocía de sobras a aquellos tres hombres. Vivían en Symmingdel y eran, sin lugar a dudas, los tres jóvenes más ricos de la cercana localidad. Uno de ellos se llamaba Robby Remick. Era alto, rubio y bien parecido. Egoísta y caprichoso, desde niño había atormentado a su madre con sus exigencias. Exigencias que antes o después habían sido satisfechas.
la muerte tiene ocho brazos (libro)
Según otros, la condesa vio que su marido sospechaba algo y de forma precipitada decidió huir, llevándose la joya puesta. Anduvo a lo largo del acantilado, rocoso, indómito, bravío, descendiendo finalmente a ese trozo de la costa que, desprovisto de rocas, formaba una pequeña y arenosa cala. Estaba dispuesta a impedir que su marido la detuviera. A tal fin, había cogido un afilado cuchillo. Y fue entonces, según esta segunda versión de los hechos, cuando surgió, de una gruta incrustada en el acantilado, un horrible y gigantesco pulpo. Con los pies entre la espuma de las olas, la condesa gritó espantada, despavorida, sintiendo que le flaqueaban las piernas. Temiendo caer desvanecida. El pulpo se fue acercando a ella. Ella quiso correr. No pudo. En absoluto. Se había quedado como paralizada. Los tentáculos del monstruo la apresaron. Ella reaccionó entonces, debatiéndose. Pero no le era dado oponer más fuerza que la de un pobre gusano. No obstante, en un momento dado empuñó con fuerza el cuchillo y rasgó la piel del pulpo, entre ojo y ojo, con todas sus fuerzas, dejando allí un profundo surco. Pero fue como si nada hubiera hecho. El monstruo no acusó la herida. Y siguió apretando sus ocho tentáculos, despiadadamente, hasta descoyuntarla, hasta romperle todos los huesos, hasta dejarla hecha cisco. Luego, dicen… que el pulpo se llevó el collar. Menos ocho brillantes que se soltaron y quedaron sobre la fina arena de la cala.
la muerte tiene ojos (libro)
A aquel jovencito le gustaba pescar en el riachuelo, y solía acudir allí, a su florida orilla, todos los días festivos. Tenía que ir a través del bosque, pero se sabía de memoria el camino y en menos de media hora lo cruzaba, o en poco más tiempo, pues en realidad no había mucho desde Macksontton, la pequeña localidad en la que vivía, y aquel riachuelo cantarín a ratos, murmurador a otros, manso y callado en el resto de su trayectoria. Aquel día, creyó que iba a ser un día como cualquier otro. Lo creyó, por lo menos, hasta que vio «aquello» que salía de la tierra. Era redondo. De lejos, o de tener poca vista, le hubiera parecido, quizá, una pelota.
la sombra enlutada (libro)
Le dieron tentaciones de levantarse y de ir a despertar a Natalie. Pero no, no lo hizo. La pobre bastante tenía con sus auténticas preocupaciones, para que ella fuera a inquietarla aún más con sus extrañas figuraciones.Cuando se hubo acompasado su pulso, apagó la luz y volvió a tenderse de nuevo en la cama. Pero siguió con los ojos abiertos, más desvelada cada vez.En eso, entre las sombras vio surgir de nuevo sus medias, que se habían elevado del suelo, de donde ella no osó tocarlas, y ahora parecían flotar en el aire.Estuvo a punto de gritar. Pero no lo hizo porque el susto le agarrotó despiadadamente la garganta, impidiendo que ningún sonido pasara por allí.Agudizó la visión y vio que unas manos negras, enguantadas, eran las que sujetaban una de sus medias de nailon. Sólo una, la otra había vuelto a caer al suelo. Tras esas manos, una silueta también negra. Toda negra. Incluso el rostro era negro, porque lo llevaba cubierto con un pañuelo, en el que sólo surgían dos agujeros, los de los ojos.
lamentarás haber nacido (libro)
¡Maldito cuadro! ¡Una y mil veces maldito...! Desde que lo había pintado su existencia era una angustia continua, una zozobra ininterrumpida, un jadeo incontenible. Hasta el aire faltaba a sus pulmones. A todas horas tenía la sensación de que las fuerzas del Mal iban a abatirse sobre él. Como si la hermosa muchacha que había pintado fuera un ser endiabladamente abyecto, satánicamente perverso, que estuviera dispuesto a destruirle. ¡Pero qué tonterías pensaba!No debía dar importancia a aquella pintura. Ningún mal había de llegarle de lo que, en verdad, sólo era eso: una pintura.
los crímenes de la calavera (libro)
La niebla se arrastraba hecha jirones junto a las tumbas, junto a las cruces, junto a las lápidas. El silencio del cementerio era total, absoluto. Parecía como si aquellos muertos no hubieran estado nunca vivos. Una mujer joven y bella descendió de un lujoso carruaje y empezó a andar por allí. Buscaba una inscripción. No tardó en encontrarla. Estaba medie oculta entre hierbas, musgo y suciedad de años, más bien de siglos.
los muertos gritan de espanto (libro)
—Tengo miedo a morir asesinada —le tembló la voz—. Mucho miedo… Esto me hace vivir con el alma en un hilo…—¿A morir asesinada? —Richard no pudo tomárselo en serio—. Pero ¿quién va a querer asesinarte a ti?Y la sorprendente respuesta fue:—Algún muerto.—¿Cómo? —Se había quedado perplejo—. ¿Qué has dicho? Creo que no he terminado de entenderte.—Sí, me has entendido perfectamente. He dicho algún muerto.—Pero ¿desde cuándo los muertos matan? —A pesar suyo, Richard se removió, incómodo, en el asiento—. Los muertos ya no tienen vida, y permanecen quietos y silenciosos por toda la eternidad.—Te equivocas, Richard. Yo puedo asegurarte que no todos los muertos se resignan con su suerte y que algunos se rebelan y gritan…—¿Gritan? —inquirió—. ¡Tía Carol, que tú nunca has estado mal de la cabeza! No vayas a decepcionarme a estas alturas.—Sí, gritan —necesitó un nuevo trago de whisky—. Y yo por las noches les oigo… Llegan sus voces desde el cementerio. A veces, son voces simplemente quejosas o doloridas. Otras veces es peor, gritan de espanto.
los muertos quieren vivir (libro)
AQUEL sótano estaba lleno de telarañas. Y allí, colgada por las muñecas, una muchacha rubia, medio desnuda, desorbitaba los ojos de pavor ante el final inapelable que le esperaba. Pero ese final, pese a todo, ella iba a poder elegirlo. Así acababa de decírselo el hombre alto, delgado, de cabello blanco y barba entrecana. De ojos oscuros, magnéticos, hipnóticos. —O como tu amiga…— había indicado el otro extremo del sótano—, o atravesada dos veces por esta horca… Te concedo el lujo de elegir… La voz de aquel hombre, opaca y tenebrosa, se había entremezclado con los truenos que retumbaban en el exterior. También con el ruido persistente de la lluvia y con el bramar del huracanado viento.
más horrible cada vez (libro)
«Era agradable internarse en el bosque de Allen Rood, sentarse junto a un árbol, bajo su protectora sombra, apoyar la espalda en su grueso tronco y escribir versos. Así al menos opinaba Charlton Mennedy, que se consideraba un hombre plenamente feliz.Pero aquella tarde, antes de llegar a su árbol favorito, el joven quedó parado, detenido. Acababa de ver un agujero en el suelo, un agujero con forma de fosa, muy profundo. ¡Y en el fondo había un ataúd! ¡Un ataúd abierto, como esperando el cuerpo que debía de serle destinado!».
me escapé del infierno (libro)
Primeros de diciembre de 1968. La noche era negra, tenebrosa, y el viento silbaba inquietante y amenazador a través de los desnudos árboles que bordeaban la carretera. Una carretera que, luego de una pronunciada curva, llegaba a la localidad de Brigersson. No lejos de allí se alzaba el Sanatorio Psiquiátrico. Un edificio de perfiles sombríos, tétricos, cuya sola contemplación asustaba a los chiquillos. De ello que nunca se acercaran a sus altos y recios muros, ni siquiera a plena luz del día.
me parece que he muerto (libro)
Se despertó, viendo que se hallaba en el camarote de un trasatlántico. Pero a pesar de haberse despertado, Jennifer experimentó la profunda, hiriente y espeluznante sensación de que estaba muerta. Sin embargo, cuando intentó abandonar la litera, sus piernas le respondieron, acertó a moverse, pudo ponerse en pie. «No, no estoy muerta…», pensó. Sin embargo, persistía aquella sensación agobiante, horrible. Como si su vida ya hubiera dado fin. Como si su cuerpo y su alma pertenecieran ya al Más Allá, a ese mundo lóbrego, sombrío y tétrico en el que solo se entra cuando se da el último aliento. Jennifer salió del camarote. En el corredor no había nadie. Solo pisadas… ¡Pisadas de sangre!
noche de espanto (libro)
Resultaba evidente que uno de los presentes había cometido aquel crimen. Porque era un crimen ¡o algo muy parecido, o quizá aún algo peor! Pero ninguno de los presentes tenía las manos manchadas de sangre. Además, al encenderse las luces todos aparecieron en el lugar que estaban antes. Pero indudablemente uno de ellos había sido y la cuestión no tenía vuelta de hoja. Si no había nadie más, nadie absolutamente en varias millas a la redonda, ¿qué otra cosa podía deducirse?
noche de horror y muerte (libro)
La muchacha había sacudido la cabeza. No recordaba nada. Ni de dónde venía. Ni adónde iba. Ni siquiera quién era ella. ¿Qué hacía en aquel coche que se había estrellado contra uno de los árboles de la carretera? Miró a su alrededor. No había casas. No se veía a nadie. Era un lugar despoblado. Alzó la mirada hacia el sol. Este empezaba a desaparecer en un horizonte teñido de rojo. Teñido de un rojo tan fuerte que su color sugería inevitablemente la idea de un violento y sangriento crimen. No obstante, el cielo se estaba poniendo cada vez más oscuro, más cerrado. Las nubes se iban apelotonando.
reiré en mi funeral (libro)
Aquel muchacho llevaba una gorra calada hasta las orejas. Sus manos sujetaban el volante de la camioneta con firmeza, con seguridad. Por lo menos estuvo seguro de sí mismo y de lo que hacía hasta que le pareció oír un lastimero y angustioso gemido. Había sonado en el interior de la camioneta. De modo instintivo, el muchacho giró la cabeza y echó una ojeada a través del cristal que separaba la cabina con la parte posterior del vehículo. No vio nada de particular. La caja de madera que debía llevar a la localidad de Promdden y entregar a la señora Tarrell, seguía en su sitio. Todo normal.
rosas de sangre (libro)
Se abrió la puerta de la pequeña casa de planta baja y apareció el sillón de ruedas. La joven paralítica, de mirada oscura, fría, inanimada, impulsó las ruedas. El sillón fue hacia adelante, deteniéndose poco después en medio del jardín. Un jardín que se hallaba lindamente circundado por una valla de madera pintada de color verde. A ambos lados del sendero principal, flores. Pero unas flores que, a pesar de ser primavera, aparecían ajadas y mustias. Por los otros lugares del jardín, también flores, principalmente rosas, pero en iguales condiciones, apagadas, marchitas.
sanatorio de horrores (libro)
El director del News of the Day le había dado instrucciones bien concretas. —Vaya a Woottlan, visite el sanatorio psiquiátrico y escríbame unos buenos artículos de esos tres locos... Loretta era joven, dinámica, y desde luego una buena periodista. Así que se limitó a asentir. Y ya se encontraba, al volante de su coche de segunda mano, camino de la localidad de Woottlan. Mejor dicho, estaba llegando ya.
se bañaba en sangre (libro)
La noche estaba muy oscura y Rebecca sintió miedo. Pero era una prostituta. No era otra cosa. Tenía que salir a la calle a buscar clientes. Respiró hondo y se adelantó hacia el farol que tenía más próximo, bajo cuya luz, con el vestido muy ajustado y el rostro muy maquillado, se quedó esperando. No vio a nadie por las estrechas aceras y empezó a pensar en lo agradable que sería descansar unos días en la casa de su madre, cerca de Baldingsson. La verdad es que nunca le había gustado aquello. Por eso se fue de allí, convencida de que en la ciudad podría conseguir todo lo que se propusiera. Pero no había sido así y había acabado prostituyéndose.
soy yo, la muerte (libro)
Cornelia Russell acababa de regresar a su casa, de planta baja y un piso, situada al pie mismo de la carretera. Se hallaba a unos seis kilómetros de la pequeña localidad de Monnorwing. Por aquellos lugares no había más que niebla. Una niebla espesa, compacta, que parecía sugerir la idea de que algún fantasma podía estar deambulando por allí. Ninguno había aparecido desde que la casa fue construida, desde que Cornelia Russell, sesenta años atrás, naciera allí. Desde luego que no. Había nacido allí, y debía ser por lo que ella adoraba todo aquello, la casa, los inhóspitos alrededores, incluso aquella niebla que a menudo se arrastraba por el suelo como un tul de novia. Un tul furiosamente roto, rasgado, hecho jirones en un auténtico arrebato de cólera.
sus víctimas morían de horror (libro)
La mansión de Steel-Laines se perdía entre la niebla, aquel atardecer del mes de febrero de 1945. Sobre la inhóspita colina en que fue construida cien años atrás, su silueta severa, adusta, daba la sensación de ser un fantasma que quisiera sumergirse en los secretos del pasado, o tal vez en los misterios del Más Allá...
terror en el ataúd (libro)
Charlotte supo que había «muerto» cuando quiso mover los brazos sobre el embozo de la sábana y no pudo hacerlo; cuando intentó encoger las piernas y siguieron estiradas a lo largo de la cama; cuando hizo lo imposible por mover los párpados y éstos siguieron inmóviles. Entonces, sí, supo que estaba muerta. Supo que había dejado de existir. Supo que todo había acabado para ella. Sin embargo, ella oía las voces a su alrededor y veía a través de sus párpados entreabiertos. Captaba perfectamente, pues, cuanto ocurría en su órbita visual y auditiva.
terror en escarlata (libro)
Ella estaba ya, inevitablemente, inapelablemente, en poder de su asesino. Se quedaría sin saber quién era. Sólo supo, al levantar los brazos y adelantar las manos, que llevaba el rostro cubierto con un pasamontañas de lana.No pudo hacer nada por impedir que el afilado puñal, cuya punta le heló la piel y la sangre a un mismo tiempo, traspasara su epidermis, rasgara su carne y se alojara entre su cálida y temblorosa carne, muy cerca del corazón. No, no era el corazón, porque ella seguía viviendo y nadie vive con el corazón partido.Pero el asesino, pródigo en la maldad de sus instintos, no tuvo el menor inconveniente en repetir el golpe.Y esta vez sí dio donde quería dar...Notó que la vida se le iba del cuerpo, que los latidos se le apagaban dentro del corazón, que su mente se perdía en la nada... En la nada, que no es otra cosa que la muerte. Era el final. Adiós vida...
un ser horrible, monstruoso (libro)
La lujurienta selva detenía la mirada, taponaba la perspectiva. No obstante, el poblado indígena estaba cerca, a menos de dos kilómetros de aquel mal camino que los nativos consideraban poco menos que una buena carretera. Antes de salir del poblado, el explorador Alexander Mills, un hombre de unos cincuenta años, había permanecido junto al camión que una vez cargado por los indígenas, emprendería viaje a la ciudad. Una vez allí, su carga sería metida en un barco rumbo a Inglaterra. Había llegado el momento de regresar.
una invitada del más allá (libro)
—¡Es una bruja! ¡Hay que quemarla en la hoguera! Al oír el griterío de aquellos hombres y mujeres, habitantes de la localidad de Conwaymell, Maggie echó a correr hacia el castillo. Tenía los ojos verdes y rasgados como los de un auténtico felino... ¡pero ella no era una bruja! Aunque su madre lo había sido y ella había conocido de niña todos los secretos de la hechicería. Filtros mágicos, pociones, conjuros, sortilegios, formaron, evidentemente, parte de su niñez, que ella, desde que su madre murió, se había empeñado en dejar atrás. Pero estaba claro que la gente no estaba dispuesta a olvidar. Mientras corría hacia el castillo, su capa, de terciopelo escarlata, se prendió en más de una ocasión en los matojos del camino, mas apenas se dio cuenta de ello; tanta era su ansia en llegar. Sabía lo que significaría que aquellas gentes le dieran alcance.
vencida por el espanto (libro)
Vanessa McQueen bebió de un trago su cuarto whisky. Quería aturdirse y no dar importancia a lo que podía depararle el porvenir. Un porvenir que dependía de lo que el prestigioso doctor Russell, de Londres, diagnosticara... Tenía ya concertada hora de visita. Pronto, pues, sabría el resultado de las radiografías y de los análisis.
viaje al infierno (libro)
Geraldine respiró profundamente para recuperar el dominio sobre sí misma. Luego, tras sentir que cedía el asustado martilleo de su corazón, continuó andando. En sus días libres le gustaba abandonar la mansión de Baxterding, salir de la localidad y aventurarse por el cercano bosque. Por sus atajos, por sus senderos por sus cimbreantes caminos. ¡Era todo aquello tan hermoso! ¡Existía por doquier una gama tan sugestiva de tonos verdes! Pero acababa de ponerse muy nerviosa al volverse y ver que el sendero por el que había avanzado ya no existía.
¡peor que asesinar…! (libro)
El conde Maylor sólo deseaba dar alcance a su esposa y matarla… No sabía cómo lo haría, ya que estaba sin manos, pero no la dejaría con vida. De eso estaba seguro.La condesa Maylor, a quien vieron un par de veces correr entre el bosque que se extendía a la derecha de la mansión, bajo la incesante lluvia, llevaba alzada la cimitarra. Debía dirigirse hacia el pabellón de caza, una pequeña edificación que se hallaba situada a un par de millas de allí.Pero, por lo visto, cambió de idea y entonces se dirigió hacia el acantilado…Sobre una prominente roca, alzó su silueta, que el resplandor de un nuevo rayo recortó lúgubremente. El mar rugía al fondo, realmente ensordecedor.—¡Arrójate tú o te arrojaré yo…! —le gritó el conde Maylor desde lejos.La condesa Maylor pareció vacilar un poco. Pero sólo un poco. Dio un paso hacia adelante y se lanzó al vacío.Cayó desde una considerable altura. Dio contra las rocas, muy cerca de donde rompían, embravecidas, las olas.Se descoyuntó la nuca y murió en el acto.
¿quién mutiló a evelyn? (libro)
Gritó, como si de este modo pudiera impedir que el hacha descendiera y se incrustara en su cabeza. En realidad, ni acertó a levantar los brazos. No pudo, por tanto, impedir el golpe, ni tan siquiera frenarlo. El desconcierto le había dejado helado, perplejo, sin resortes.El hacha, pues, cayó contundentemente sobre su cráneo y se lo partió en dos.El grito murió en sus labios. Fue el primero y el último. No le habían dado opción a nada más. Murió en el acto.Parecía, qué duda cabe, que el trabajo del hacha había ya concluido.El hacha volvió a ser empuñada y alzada con igual rapidez y violencia que antes. O mayor aún. Y cayó contundentemente sobre el cuerpo de la víctima, que yacía en el suelo en una postura que hubiera resultado altamente ridícula, de no ser absolutamente trágica.Cayó, implacablemente, cuatro veces...
¿surgió la muerte del ataúd? (libro)
Volvió a sentir el ruido de unos pasos… Éstos, ahora, se alejaban. Alguien estaba abandonando la habitación.Y si sólo estaban el muerto y ella, y si ella seguía en el sillón, ¿quién era el que se alejaba…?Sólo podía ser el muerto.Se levantó del sillón, aunque temblándole tanto las piernas, que apenas podía tenerse en pie. A pesar de su pavor, alargó las manos y avanzó, tanteando en la oscuridad.Se dirigió hacia donde sabía que estaba el ataúd. No, no tardó en dar con la madera. Y entonces, superando su alzada, metió las manos dentro…Necesitaba saber si allí seguía el cuerpo frío y sin vida del abuelo.Pero sus manos dieron con el fondo del ataúd, sin que tropezaran con ningún cuerpo. ¡Allí dentro no había nadie!