Literatura de alberto valle
soy la venganza de un hombre muerto (libro)
Matar a un hombre es fácil, lo verdaderamente emocionante es conseguir matarlo sin matarlo. Darle muerte en vida. Enterrarlo en su propia miseria, sin que deje de respirar, sin
todos habían dejado de bailar (libro)
Un asesinato brutal. A Francesc Reinosa lo ha masacrado, en su almacén de la calle Aragón, un desertor americano puesto hasta las cejas de centraminas llamado Jimmy. Detrás de
soy la venganza de un hombre muerto (libro)
Matar a un hombre es fácil, lo verdaderamente emocionante es conseguir matarlo sin matarlo. Darle muerte en vida. Enterrarlo en su propia miseria, sin que deje de respirar, sin que su corazón deje de latir, aunque sea inútilmente, aunque sea sin un propósito. Abocarlo a una muerte que no le deje más remedio y esperanza que aguardar a la muerte de verdad. Que esperar un anhelado día en que se cierren sus ojos y no los vuelva a abrir y, por fin, poder morir, sin duda. Sí. Morir, sin duda. ¿Quién es Miguel Morera verdaderamente? Guillermo Arganda, inspector de la Brigada de Investigación Criminal que patea los arrabales de la Barcelona inhóspita, fétida y cerril de 1952, cree saberlo. Empieza una persecución que, a través de una narración coral, une y desune el destino de estos dos hombres en un arco narrativo de cuarenta años, hasta 1991, en la Barcelona preolímpica y de diseño, cuando llega el momento de ajustar cuentas que han sembrado de cadáveres y ruina las vidas de Morera y Arganda y que, ahora ya, tal vez no le importen a nadie.
todos habían dejado de bailar (libro)
Un asesinato brutal. A Francesc Reinosa lo ha masacrado, en su almacén de la calle Aragón, un desertor americano puesto hasta las cejas de centraminas llamado Jimmy. Detrás de esta escabechina se hallan Pilar, que sólo quiere vivir su vida sin permiso de nadie, y Stephen, consumado experto en huidas hacia delante. Y los hermanos Hall, también yanquis, con buenas ideas para el jazz, y otras, pésimas, para convertirse en grandes traficantes de caballo. Y Nancy, que está enganchadísima a la aguja. Y Joan, que venía a divertirse y se quedó aquí por amor. Y el Cambados y su pandilla, que creen tener un buen plan para levantarse una buena guita. Y el Patata, el último hijo de perra con el que nadie querría endeudarse. Y el Titi, su feroz lugarteniente. Y, de fondo, la plaza Real, y la calle Escudellers, y la calle Parlamento y el Pueblo Seco, en cuyos antros y sótanos restallan notas de jazz, de blues, de primigenio rock & roll, poniéndole ritmo y compás a esta Barcelona de 1962. Jamboree, Jack’s, Jazz Colón, Kit Kat, El Tobogán, Zodiac. Los sonidos de una urbe maltrecha cuyos meandros callejeros huelen a sanfaina y peligro, y por cuyas tascas, timbas y esquinas salen al paso buscavidas, pandilleros, pintxos, marinos, rumberos, putas, pijos y policías con muy mala hostia. Todos viviendo al día. Todos viviendo en este lugar que limita con su propio tiempo. Todos bailándole a la vida, hasta que esta te dice basta.