Literatura de elizabeth da silva
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Conocerán a Marina y sus vivencias con el jefe que le ha caído en suerte... un jefe un poco escatológicamente guarro. Son historias cortas y divertidas, pero sobre todo, histor
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Parte I - FLATULENCIAS Marina va de camino a su trabajo como todos los días, pero en vez de ir alegre va siempre con miedo a lo desconocido. Porque el querido jefe que le ha to
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Parte I - FLATULENCIAS
Marina va de camino a su trabajo como todos los días, pero en vez de ir alegre va siempre con miedo a lo desconocido. Porque el querido jefe que le ha tocado, tiene menos educación que un mono de feria.
Muchas veces piensa, que si escribiera un libro con todas las anécdotas que ha vivido a costa de su jefe seguro se hacía rica vendiéndolo, porque la gente se moriría de risa con esas historias. Claro, una vez contadas son muy graciosas, pero para quien las vive en sus carnes, o sea, para Marina no tienen la mínima gracia cuando ocurren.
Entra con cautela a su despacho, se da cuenta de que aún no ha llegado y respira aliviada. Se instala en su mesa y abre la ventana para refrescar el ambiente, mientras Marina se prepara un café, piensa: «lástima que tengan que compartir oficina»,
—Buenos días, Marina —dice el jefe entrando por la puerta.
—Buenos días, Sr. Martin. ¿Qué tal el fin de semana?
—Nada del otro mundo —comenta mientras se instala en su mesa.
Con la educación que le caracteriza, el Sr. Martin pasa olímpicamente de Marina. Empieza a colocar sus cosas a su manera, porque una de las peculiaridades que tiene ese hombre es que es un maniático. De pronto, ella observa que saca un paquetito de incienso y se prepara para encender uno. La cara de Marina es de espanto total, «¡Dios mío! Si trae incienso es que hoy toca escuchar orquesta de gases o flatulencias», piensa sin dejar de observarlo preparar todo con suma paciencia.
—Sr. Martin, usted sabe que el olor a incienso me produce fatigas ―comenta compungida.
—Bueno Marina, el problema es que anoche comimos picante, y sabes lo que eso me ocasiona.
Ella cierra los ojos y respira fuerte, para no perder la paciencia con ese hombre.
—Lo que usted quiere decir es que, o incienso u olor a flatulencias.
—Eso mismo ―afirma su jefe.
La pobre se sienta resignada a soportar ambas cosas, porque ni el incienso es capaz de disimular la peste gástrica de su jefe.
Parte II - FUGAS POR LA RETAGUARDIA
Está siendo una mañana bastante tranquila y normal en la oficina, lo cual tiene asombrada a Marina, hasta piensa que su jefe debe tener fiebre, porque está de lo más amable. Pero claro, era mucho esperar que el día terminara igual a como había empezado.
Después de regresar de su almuerzo, Marina entra a la oficina y antes de poder sentarse a su mesa, se queda petrificada ante lo que ven sus ojos. «¿Son unos calzoncillos lo que están colgando del cajón del archivador?», se pregunta sin dar crédito a lo que está viendo. Es más, cierra los ojos con fuerza y muy despacio vuelve a abrirlos, y si, hay están unos calzoncillos.
De pronto, aparece por detrás de ella su jefe, entra, le da las buenas tardes como si nada y se sienta ante su mesa.
Marina se gira hacia él y le pregunta:
—Sr. Martin, ¿esos son unos calzoncillos?
—Sí, son mis calzoncillos, he tenido una pequeña fuga y tuve que quitármelos y lavarlos, los he dejado ahí para que se sequen.
Marina lo mira con la boca abierta, no puede creer que sea verdad lo que tan tranquilamente le está contando su jefe.
—Pero no se da cuenta de que es muy desagradable ver eso ahí. Puede entrar cualquier persona, es una mala imagen.
—No es para tanto, realmente aquí quienes entran son los empleados por lo tanto no tiene la mayor importancia, y yo estoy esperando que se sequen para poder ponérmelos. Esto de estar con eso al aire, pues es raro. ―aclara su jefe.
—Sr. Martin, le agradecería que se abstuviera de darme detalles que a mí no me conciernen. Además, me parece muy desagradable y de mal gusto tener que trabajar con sus calzoncillos mirándome de frente.
Marina muy indignada, se sienta en su mesa pensando, que el día que había comenzado tan bien, se había ido literalmente a la mierda, nunca mejor dicho.
—Sinceramente, eres demasiado escrupulosa, estas son cosas normales que le suceden a cualquiera —le dice el Sr. Martin.
Y para poner el broche de oro al día, suelta un eructo que se habrá escuchado en toda la fabrica. Marina solo pudo darse de cabezazos contra la mesa y decirse a sí misma, «porque a mí, porque a mí…»
Parte III - EL KIT DE EMERGENCIA
Marina está más que escarmentada, y por esa razón iba preparada con un kit de emergencia contra jefe guarro. Ella es la fanática de los kit para emergencias, siempre lleva un sin fin de cosas, entre las cuales están: unos zapatos de repuesto, hilo, aguja, crema de manos, espejo, y todo lo que se le pueda ocurrir, es muy precavida.
Llega a la oficina, y antes de que el Sr. Martin aparezca empieza a prepararse. Saca de una pequeña bolsa un ambientador eléctrico que enchufa cerca de su mesa, la pobre ya está harta de aguantar las ventosidades de su jefe. A continuación, saca un mini tendedero que pone estratégicamente en la ventana que está al lado del escritorio del Sr. Martin, para que si se le presenta una nueva fuga, cosa habitual en él, al menos pueda tender sus puercos calzoncillos donde no tuviera que verlos.
Por último, pone un paquete de Kleenex en la mesa, bien a mano, para que los use cuando tenga necesidad de soltar una flema o gargajo de esos bien sonoros que suele soltar, y que tiene la tan poca delicadeza de escupir por la ventana, o en la papelera.
Marina rezaba para que su jefe entendiera la indirecta, y aprendiera a utilizar los pañuelos.
Una vez instalada en su mesa, satisfecha con el aroma del ambientador, se prepara para empezar a trabajar, esperando un día menos movidito.
Al poco llega el Sr. Martin, le da los buenos días y pregunta:
—Marina, ¿a qué huele?
—Es un ambientador, para refrescar el ambiente Sr. Martin.
—Ya, pero así no podre encender mis inciensos
—Sr. Martin, llevo meses diciéndole que el olor a incienso me causa fatiga y dolor de cabeza, ya puede cambiar de aroma que da lo mismo. Además, creo que el ambientador deja un olor agradable sin ser pegajoso.
—Bueno, está bien, no vamos a discutir por una tontería.
El Sr. Martin se acerca a su mesa y ve el mini tendedero y los pañuelos desechables, se gira hacia Marina y le espeta:
—¿Es esto una indirecta?
—No Sr. Martin, es una directa muy directa. Simplemente le he habilitado un lugar más disimulado para que pueda exponer sus calzoncillos, y además, así se secaran más rápido. Los pañuelos son para que los use cuando los necesite.
Con el ceño fruncido y sin darle las gracias, se instala en su mesa y se pone a trabajar.
Pasadas unas horas, Marina escucha un ruido raro, algo así como clic, clic, al momento otro clic; no le presta la menor atención, pero de repente cae sobre su mesa lo que menos se podía imaginar.
Una uña, si, una uña. Pero no una uña cualquiera, no, la uña de uno de los dedos de su pie. Ella se queda anonadada sin poder creer lo que están viendo sus ojos.
Con temor, se gira muy lentamente hacia la mesa de su jefe, y sí, ahí se lo encuentra, con el calcetín quitado sobre su mesa y cortándose las uñas de gavilán como si nada. Marina se le quedo mirando, y solo pudo preguntarse:
«¿De qué planeta es ese hombre?»
Parte IV – ESTORNUDOS… ¿INOFENSIVOS?
Marina lleva una semana más o menos soportable, ya que gracias al kit de emergencia disfruta de un olor agradable en la oficina, y bueno, aguantando de vez en cuando lo eructos y flatulencias de su jefe, lo va llevando como puede. Hace tiempo que ha aceptado que esa es su cruz.
Hoy lleva todo el día soportando los estornudos de su jefe, pero no son estornudos de esos normales, no, no…, los estornudos del Sr. Martin son de esos que suenan como un terremoto, y te empapan como un tsunami si estas medianamente cerca. La pobre piensa, que le falto un gorro de baño en el kit de emergencia para esos casos.
—Sr. Martin, ¿qué le pasa?, ¿es alergia o gripe? — pregunta una Marina ya un pelín cabreada.
—No sé, solo sé que no paro de estornudar. Me voy a la farmacia a comprar algo a ver si se me pasa, porque así no puedo trabajar.
Se marcha con sus estornudos y Marina respira aliviada por un rato. Aprovecha para ir corriendo al baño a peinarse el cabello porque le da asco solo de imaginar cómo lo tiene.
El Sr. Martin regresa al rato con varias cosas de la farmacia y se las toma. De momento parece que la cosa se tranquiliza, y sigue cada uno a lo suyo.
Pasada como una hora, empieza a estornudar otra vez más fuerte, pero al mismo tiempo, se levanta corriendo con cara de haber visto un fantasma, y se dirige al baño que esta al final del pasillo.
No todo podía ser paz y armonía relativa para siempre. Mientras Marina continúa con su trabajo, muy concentrada preparando las nominas del personal; de repente, ve regresar a lo lejos a su jefe andando de una manera un tanto extraña. A medida que se acerca, observa que viene con una mano detrás como sujetándose el culo, y caminando espatarrado.
Marina lo mira a la cara, la cual tiene colorada y el Sr. Martin ni corto, ni perezoso, se acerca a su mesa y le enseña lo que lleva en la mano. Al abrirla, se encuentra otra vez con su calzoncillo recién lavado, pero soltando aún aquel aroma a oh de potro que echa para atrás. Su jefe le dice que ha sido culpa del ataque de estornudos.
—Marina, gracias por el tendedero, en su día no te las di. Pero creo que de verdad me viene muy bien tenerlo, porque estoy comprobando que soy de fuga fácil.
Sin saber que decirle Marina lo mira y por dentro solo puede gritar…
«¡TRÁGAME TIERRA…!»
Parte V – El ALOE VERA
Empieza una nueva semana de trabajo y Marina se dirige con resignación a su oficina. Cada nuevo día para ella es como una aventura, pero una aventura repugnante ya que su jefe, el Sr. Martin, cada vez se supera en cuanto a ser un guarro, además de desagradable.
Llega la primera, con lo cual siempre aprovecha para colocar todo el kit de emergencia a mano, y así estar medianamente preparada, para lo que se le puede pasar por la cabeza a ese puerco repelente que le ha tocado por jefe.
De pronto le ve llegar caminando por el pasillo, se fija que viene con una especie de maceta en la mano, lo cual le extraña muchísimo en él.
—Buenos días Sr. Martin, ¿qué tal su fin de semana?
—Buenos días Marina, el fin de semana normal como todos los anteriores. No sé por qué siempre me haces la misma pregunta todos los lunes —le suelta sin ninguna sutileza.
Marina indignada, se dice así misma, que debería ser una grosera y borde con él, ese impresentable no se cortaba a la hora de humillarla.
A todas estas, ella se percata que efectivamente es una maceta lo que trae el Sr. Martin; para ser más exactos, es una planta de aloe vera. Su jefe instala la planta en su mesa.
Marina empieza a trabajar pasando de él, porque está muy cabreada con ese hombre, es la persona más obtusa que ella ha tenido la desgracia de conocer.
Pasados unos 30 o 45 minutos, escucha un ruido bastante raro y baboso. Se gira y ve a su jefe comiéndose un trozo de hoja de aloe.
—Sr. Martin ¿Para que se está comiendo la hoja? — le pregunta Marina sin entender nada.
—He leído que el aloe vera es lo mejor para toda la piel, y si es natural mejor aún. ―Así que ni corto, ni perezoso se come una tajada de la planta verde.
Marina lo observa comerse el aloe, y la cara de asco que pone ese hombre mientras mastica le hace mucha gracia; para que no se dé cuenta el Sr. Martin, disimula haciendo como que tose. Reanuda su trabajo sin hacerle más caso, pero de vez en cuando se ríe sola imaginando su cara.
Continua concentrada en sus cosas, y no se da cuenta de que su jefe lleva rato muy callado, no solo eso, es como si no estuviese en la oficina, porque no hacia ningún ruido. Eso la mosquea un poco porque le teme, pero la curiosidad puede con ella de tal manera, que inspirando hondo, se gira hacia la mesa de su jefe para ver que está haciendo, que lo tiene como una momia, sin moverse ni hacer ningún sonido.
Lo ve muy quieto en su mesa, ¿está leyendo?, piensa asombrada, porque eso es muy raro en él; ella carraspea para llamar su atención, él levanta la cabeza de lo que está leyendo, y Marina se encuentra a su jefe, con la cara llena de Aloe Vera como si fuera una mascarilla; abre los ojos como platos y mira hacia la mesa donde ve como hay una hoja abierta por la mitad. Sin poder contenerse más empieza a reírse a carcajadas cuando ve la cara de su jefe, toda embadurnada.
—Marina, no le veo la gracia, por favor.
—Ja, ja, ja, ja… lo siento Sr. Martin, pero verle la cara como de gelatina verde, la verdad no tiene precio… —dice Marina sin poder parar de reír.
—Ríete lo que quieras, pero esto es bueno para la piel, y si la consumes a pesar de su sabor amargo, dicen que te beneficia porque tiene muchas propiedades.
—Sr. Martin, yo no le discuto eso, pero no podría hacerse el tratamiento de belleza en su casa, antes de venir a trabajar.
—No, porque en casa tomo otras cosas y debo esperar mínimo 30 minutos para consumir algo más. De todas maneras no sé qué es lo que a ti te molesta de todo esto, deberías hacer lo mismo que yo para cuidar tu piel, en vez de reírte de mí.
Marina ya sin reírse, lo fulmina con la mirada mientras piensa…
“Lástima que no se atragante con la planta.”
CONCLUSIÓN
Después de leer estas cortas historias, terminas pensando que la realidad muchas veces supera a la imaginación, porque seguramente que muchos se habrán dicho que eso no puede ser cierto. Sí lo es, lo puedo garantizar, no me ha ocurrido a mí, no lo piensen, yo estoy muy agradecida del trabajo que tengo, y sobre todo, de mi jefe que es además un amigo.
Esto le ocurrió a una persona muy allegada a mí, pero estoy convencida que seguramente habrá muchas más personas padeciendo cosas como estas o peores.
A sí que, como dice el dicho…
“Al mal tiempo, buena cara.”
Marina va de camino a su trabajo como todos los días, pero en vez de ir alegre va siempre con miedo a lo desconocido. Porque el querido jefe que le ha tocado, tiene menos educación que un mono de feria.
Muchas veces piensa, que si escribiera un libro con todas las anécdotas que ha vivido a costa de su jefe seguro se hacía rica vendiéndolo, porque la gente se moriría de risa con esas historias. Claro, una vez contadas son muy graciosas, pero para quien las vive en sus carnes, o sea, para Marina no tienen la mínima gracia cuando ocurren.
Entra con cautela a su despacho, se da cuenta de que aún no ha llegado y respira aliviada. Se instala en su mesa y abre la ventana para refrescar el ambiente, mientras Marina se prepara un café, piensa: «lástima que tengan que compartir oficina»,
—Buenos días, Marina —dice el jefe entrando por la puerta.
—Buenos días, Sr. Martin. ¿Qué tal el fin de semana?
—Nada del otro mundo —comenta mientras se instala en su mesa.
Con la educación que le caracteriza, el Sr. Martin pasa olímpicamente de Marina. Empieza a colocar sus cosas a su manera, porque una de las peculiaridades que tiene ese hombre es que es un maniático. De pronto, ella observa que saca un paquetito de incienso y se prepara para encender uno. La cara de Marina es de espanto total, «¡Dios mío! Si trae incienso es que hoy toca escuchar orquesta de gases o flatulencias», piensa sin dejar de observarlo preparar todo con suma paciencia.
—Sr. Martin, usted sabe que el olor a incienso me produce fatigas ―comenta compungida.
—Bueno Marina, el problema es que anoche comimos picante, y sabes lo que eso me ocasiona.
Ella cierra los ojos y respira fuerte, para no perder la paciencia con ese hombre.
—Lo que usted quiere decir es que, o incienso u olor a flatulencias.
—Eso mismo ―afirma su jefe.
La pobre se sienta resignada a soportar ambas cosas, porque ni el incienso es capaz de disimular la peste gástrica de su jefe.
Parte II - FUGAS POR LA RETAGUARDIA
Está siendo una mañana bastante tranquila y normal en la oficina, lo cual tiene asombrada a Marina, hasta piensa que su jefe debe tener fiebre, porque está de lo más amable. Pero claro, era mucho esperar que el día terminara igual a como había empezado.
Después de regresar de su almuerzo, Marina entra a la oficina y antes de poder sentarse a su mesa, se queda petrificada ante lo que ven sus ojos. «¿Son unos calzoncillos lo que están colgando del cajón del archivador?», se pregunta sin dar crédito a lo que está viendo. Es más, cierra los ojos con fuerza y muy despacio vuelve a abrirlos, y si, hay están unos calzoncillos.
De pronto, aparece por detrás de ella su jefe, entra, le da las buenas tardes como si nada y se sienta ante su mesa.
Marina se gira hacia él y le pregunta:
—Sr. Martin, ¿esos son unos calzoncillos?
—Sí, son mis calzoncillos, he tenido una pequeña fuga y tuve que quitármelos y lavarlos, los he dejado ahí para que se sequen.
Marina lo mira con la boca abierta, no puede creer que sea verdad lo que tan tranquilamente le está contando su jefe.
—Pero no se da cuenta de que es muy desagradable ver eso ahí. Puede entrar cualquier persona, es una mala imagen.
—No es para tanto, realmente aquí quienes entran son los empleados por lo tanto no tiene la mayor importancia, y yo estoy esperando que se sequen para poder ponérmelos. Esto de estar con eso al aire, pues es raro. ―aclara su jefe.
—Sr. Martin, le agradecería que se abstuviera de darme detalles que a mí no me conciernen. Además, me parece muy desagradable y de mal gusto tener que trabajar con sus calzoncillos mirándome de frente.
Marina muy indignada, se sienta en su mesa pensando, que el día que había comenzado tan bien, se había ido literalmente a la mierda, nunca mejor dicho.
—Sinceramente, eres demasiado escrupulosa, estas son cosas normales que le suceden a cualquiera —le dice el Sr. Martin.
Y para poner el broche de oro al día, suelta un eructo que se habrá escuchado en toda la fabrica. Marina solo pudo darse de cabezazos contra la mesa y decirse a sí misma, «porque a mí, porque a mí…»
Parte III - EL KIT DE EMERGENCIA
Marina está más que escarmentada, y por esa razón iba preparada con un kit de emergencia contra jefe guarro. Ella es la fanática de los kit para emergencias, siempre lleva un sin fin de cosas, entre las cuales están: unos zapatos de repuesto, hilo, aguja, crema de manos, espejo, y todo lo que se le pueda ocurrir, es muy precavida.
Llega a la oficina, y antes de que el Sr. Martin aparezca empieza a prepararse. Saca de una pequeña bolsa un ambientador eléctrico que enchufa cerca de su mesa, la pobre ya está harta de aguantar las ventosidades de su jefe. A continuación, saca un mini tendedero que pone estratégicamente en la ventana que está al lado del escritorio del Sr. Martin, para que si se le presenta una nueva fuga, cosa habitual en él, al menos pueda tender sus puercos calzoncillos donde no tuviera que verlos.
Por último, pone un paquete de Kleenex en la mesa, bien a mano, para que los use cuando tenga necesidad de soltar una flema o gargajo de esos bien sonoros que suele soltar, y que tiene la tan poca delicadeza de escupir por la ventana, o en la papelera.
Marina rezaba para que su jefe entendiera la indirecta, y aprendiera a utilizar los pañuelos.
Una vez instalada en su mesa, satisfecha con el aroma del ambientador, se prepara para empezar a trabajar, esperando un día menos movidito.
Al poco llega el Sr. Martin, le da los buenos días y pregunta:
—Marina, ¿a qué huele?
—Es un ambientador, para refrescar el ambiente Sr. Martin.
—Ya, pero así no podre encender mis inciensos
—Sr. Martin, llevo meses diciéndole que el olor a incienso me causa fatiga y dolor de cabeza, ya puede cambiar de aroma que da lo mismo. Además, creo que el ambientador deja un olor agradable sin ser pegajoso.
—Bueno, está bien, no vamos a discutir por una tontería.
El Sr. Martin se acerca a su mesa y ve el mini tendedero y los pañuelos desechables, se gira hacia Marina y le espeta:
—¿Es esto una indirecta?
—No Sr. Martin, es una directa muy directa. Simplemente le he habilitado un lugar más disimulado para que pueda exponer sus calzoncillos, y además, así se secaran más rápido. Los pañuelos son para que los use cuando los necesite.
Con el ceño fruncido y sin darle las gracias, se instala en su mesa y se pone a trabajar.
Pasadas unas horas, Marina escucha un ruido raro, algo así como clic, clic, al momento otro clic; no le presta la menor atención, pero de repente cae sobre su mesa lo que menos se podía imaginar.
Una uña, si, una uña. Pero no una uña cualquiera, no, la uña de uno de los dedos de su pie. Ella se queda anonadada sin poder creer lo que están viendo sus ojos.
Con temor, se gira muy lentamente hacia la mesa de su jefe, y sí, ahí se lo encuentra, con el calcetín quitado sobre su mesa y cortándose las uñas de gavilán como si nada. Marina se le quedo mirando, y solo pudo preguntarse:
«¿De qué planeta es ese hombre?»
Parte IV – ESTORNUDOS… ¿INOFENSIVOS?
Marina lleva una semana más o menos soportable, ya que gracias al kit de emergencia disfruta de un olor agradable en la oficina, y bueno, aguantando de vez en cuando lo eructos y flatulencias de su jefe, lo va llevando como puede. Hace tiempo que ha aceptado que esa es su cruz.
Hoy lleva todo el día soportando los estornudos de su jefe, pero no son estornudos de esos normales, no, no…, los estornudos del Sr. Martin son de esos que suenan como un terremoto, y te empapan como un tsunami si estas medianamente cerca. La pobre piensa, que le falto un gorro de baño en el kit de emergencia para esos casos.
—Sr. Martin, ¿qué le pasa?, ¿es alergia o gripe? — pregunta una Marina ya un pelín cabreada.
—No sé, solo sé que no paro de estornudar. Me voy a la farmacia a comprar algo a ver si se me pasa, porque así no puedo trabajar.
Se marcha con sus estornudos y Marina respira aliviada por un rato. Aprovecha para ir corriendo al baño a peinarse el cabello porque le da asco solo de imaginar cómo lo tiene.
El Sr. Martin regresa al rato con varias cosas de la farmacia y se las toma. De momento parece que la cosa se tranquiliza, y sigue cada uno a lo suyo.
Pasada como una hora, empieza a estornudar otra vez más fuerte, pero al mismo tiempo, se levanta corriendo con cara de haber visto un fantasma, y se dirige al baño que esta al final del pasillo.
No todo podía ser paz y armonía relativa para siempre. Mientras Marina continúa con su trabajo, muy concentrada preparando las nominas del personal; de repente, ve regresar a lo lejos a su jefe andando de una manera un tanto extraña. A medida que se acerca, observa que viene con una mano detrás como sujetándose el culo, y caminando espatarrado.
Marina lo mira a la cara, la cual tiene colorada y el Sr. Martin ni corto, ni perezoso, se acerca a su mesa y le enseña lo que lleva en la mano. Al abrirla, se encuentra otra vez con su calzoncillo recién lavado, pero soltando aún aquel aroma a oh de potro que echa para atrás. Su jefe le dice que ha sido culpa del ataque de estornudos.
—Marina, gracias por el tendedero, en su día no te las di. Pero creo que de verdad me viene muy bien tenerlo, porque estoy comprobando que soy de fuga fácil.
Sin saber que decirle Marina lo mira y por dentro solo puede gritar…
«¡TRÁGAME TIERRA…!»
Parte V – El ALOE VERA
Empieza una nueva semana de trabajo y Marina se dirige con resignación a su oficina. Cada nuevo día para ella es como una aventura, pero una aventura repugnante ya que su jefe, el Sr. Martin, cada vez se supera en cuanto a ser un guarro, además de desagradable.
Llega la primera, con lo cual siempre aprovecha para colocar todo el kit de emergencia a mano, y así estar medianamente preparada, para lo que se le puede pasar por la cabeza a ese puerco repelente que le ha tocado por jefe.
De pronto le ve llegar caminando por el pasillo, se fija que viene con una especie de maceta en la mano, lo cual le extraña muchísimo en él.
—Buenos días Sr. Martin, ¿qué tal su fin de semana?
—Buenos días Marina, el fin de semana normal como todos los anteriores. No sé por qué siempre me haces la misma pregunta todos los lunes —le suelta sin ninguna sutileza.
Marina indignada, se dice así misma, que debería ser una grosera y borde con él, ese impresentable no se cortaba a la hora de humillarla.
A todas estas, ella se percata que efectivamente es una maceta lo que trae el Sr. Martin; para ser más exactos, es una planta de aloe vera. Su jefe instala la planta en su mesa.
Marina empieza a trabajar pasando de él, porque está muy cabreada con ese hombre, es la persona más obtusa que ella ha tenido la desgracia de conocer.
Pasados unos 30 o 45 minutos, escucha un ruido bastante raro y baboso. Se gira y ve a su jefe comiéndose un trozo de hoja de aloe.
—Sr. Martin ¿Para que se está comiendo la hoja? — le pregunta Marina sin entender nada.
—He leído que el aloe vera es lo mejor para toda la piel, y si es natural mejor aún. ―Así que ni corto, ni perezoso se come una tajada de la planta verde.
Marina lo observa comerse el aloe, y la cara de asco que pone ese hombre mientras mastica le hace mucha gracia; para que no se dé cuenta el Sr. Martin, disimula haciendo como que tose. Reanuda su trabajo sin hacerle más caso, pero de vez en cuando se ríe sola imaginando su cara.
Continua concentrada en sus cosas, y no se da cuenta de que su jefe lleva rato muy callado, no solo eso, es como si no estuviese en la oficina, porque no hacia ningún ruido. Eso la mosquea un poco porque le teme, pero la curiosidad puede con ella de tal manera, que inspirando hondo, se gira hacia la mesa de su jefe para ver que está haciendo, que lo tiene como una momia, sin moverse ni hacer ningún sonido.
Lo ve muy quieto en su mesa, ¿está leyendo?, piensa asombrada, porque eso es muy raro en él; ella carraspea para llamar su atención, él levanta la cabeza de lo que está leyendo, y Marina se encuentra a su jefe, con la cara llena de Aloe Vera como si fuera una mascarilla; abre los ojos como platos y mira hacia la mesa donde ve como hay una hoja abierta por la mitad. Sin poder contenerse más empieza a reírse a carcajadas cuando ve la cara de su jefe, toda embadurnada.
—Marina, no le veo la gracia, por favor.
—Ja, ja, ja, ja… lo siento Sr. Martin, pero verle la cara como de gelatina verde, la verdad no tiene precio… —dice Marina sin poder parar de reír.
—Ríete lo que quieras, pero esto es bueno para la piel, y si la consumes a pesar de su sabor amargo, dicen que te beneficia porque tiene muchas propiedades.
—Sr. Martin, yo no le discuto eso, pero no podría hacerse el tratamiento de belleza en su casa, antes de venir a trabajar.
—No, porque en casa tomo otras cosas y debo esperar mínimo 30 minutos para consumir algo más. De todas maneras no sé qué es lo que a ti te molesta de todo esto, deberías hacer lo mismo que yo para cuidar tu piel, en vez de reírte de mí.
Marina ya sin reírse, lo fulmina con la mirada mientras piensa…
“Lástima que no se atragante con la planta.”
CONCLUSIÓN
Después de leer estas cortas historias, terminas pensando que la realidad muchas veces supera a la imaginación, porque seguramente que muchos se habrán dicho que eso no puede ser cierto. Sí lo es, lo puedo garantizar, no me ha ocurrido a mí, no lo piensen, yo estoy muy agradecida del trabajo que tengo, y sobre todo, de mi jefe que es además un amigo.
Esto le ocurrió a una persona muy allegada a mí, pero estoy convencida que seguramente habrá muchas más personas padeciendo cosas como estas o peores.
A sí que, como dice el dicho…
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Diez historias diferentes, donde descubriremos la infinidad de maneras en las que el amor puede llegar... Es un pequeño canto a ese sentimiento, que llega sin pedir permiso. Y nosotros podemos decidir vivir o no ese amor, pero... no podemos elegir de quien nos enamoramos. Conocerán a diez parejas diferentes entre sí, pero que tienen en común el amor. Diez personas con sus miedos, deseos y anhelos... Veremos cómo pueden encontrar a esa persona que les robará el corazón, en cualquier lugar y circunstancia. Puede ser desde un encuentro fortuito en un parque, hasta bailando en una discoteca... Variedad de situaciones, lugares y edades... porque el amor, no distingue ninguna de esas cosas, simplemente llega sin más.
los juegos eróticos de charles y elisa (libro)
¿Quién no ha tenido alguna fantasía secreta? En estos relatos, viviremos junto a sus protagonistas muchas de las fantasías sexuales que hemos tenido y quizás vivido en algún momento. Cada capítulo es una demostración de que mientras sea consensuado, todo está permitido en el sexo; de que la confianza es algo fundamental en una relación… y que la imaginación debe estar siempre presente. De una manera directa y muy explicita, seremos espectadores de la pasión intensa que une a Charles y Elisa, veremos que el sexo es sano, divertido y apasionado. Entre los personajes no existe nada tabú, porque buscan disfrutar, experimentar y vivir plenamente su sexualidad. Charles y Elisa quieren que entendamos que la monotonía es la peor enfermedad que puede sufrir una pareja; y que, la pasión hay que alimentarla al igual que el amor. En definitiva… introducir un poco de locura unido a mucha imaginación hace la diferencia… Así que… ¿Nos adentramos en su universo?
más que juegos (libro)
En los juegos eróticos de Charles y Elisa, nos adentramos en su universo privado, donde nos permitieron vivir, junto a ellos, sus fantasías sexuales y sus juegos íntimos. Ahora nos contarán su historia. Después de un año de intenso placer y disfrute de los sentidos, ambos siguen sintiendo una pasión irrefrenable; unida, también, a una confianza absoluta el uno por el otro. El amor se sumará a esa ecuación, llegando a sus vidas y complementando una atracción explosiva. Pero la maldad de terceras personas intentará destruir la confianza que se ienen, dañando un sentimiento frágil que ninguno de los dos quiere aceptar. ¿Lograrán separarlos o ese sentimiento llamado amor será más fuerte?
regálame tus besos (libro)
A sus cuarenta y cinco años y con dos fracasos matrimoniales a cuestas, Leonardo ha perdido la esperanza de encontrar a la mujer que se convierta en su compañera, su amiga, su amante… su todo. Desde que se divorció, Sofía ha vivido volcada en su trabajo y en sus dos hijos. Pero ha llegado el momento de volver a sentirse mujer, de divertirse, de disfrutar…, en una palabra, de vivir. Un encuentro peculiar, un hotel, un malentendido y una atracción salvaje unirán a Leonardo y Sofía, haciéndolos vivir una relación intensa y apasionada. ¿Puede llegar a convertirse una aventura de verano en el amor que siempre buscaste? ¿Lograrán salvar todos los obstáculos que se interponen en su camino y disfrutar al fin del amor? En ocasiones, sin embargo, el único enemigo que te impide ser feliz eres tú mismo.
y llegaste tú (libro)
En la alta sociedad Madrileña de los ochenta no se permitían indiscreciones. Carmen Valenzuela era una joven de diecinueve años que lo tenía todo, pero una mala experiencia y las consecuencias de la misma, la llevaron a aceptar la ayuda de su mejor amigo, Felipe Ansúrez. Y fue así, como los dos amigos terminaron casados, aunque no enamorados. Diez años después era la esposa, madre y amiga perfecta, pero ¿y la mujer…? Convencida de que su vida sería siempre una fachada, jamás imaginó que un hombre, en encuentro fortuito y un cruce de miradas, llegaría para cambiarla para siempre. ¿Vivirá Carmen ese amor junto a Paolo, sin importarle su matrimonio? En una sociedad en la que los convencionalismos estaban por encima del amor, en la que las apariencias eran más importantes que la felicidad; un hombre que creía que jamás volvería a sentir un amor como el que había perdido, y una mujer que nunca había conocido la pasión y el deseo; se conocerán y sus vidas ya no volverán a ser las mismas. Una historia de amor, amistad, sacrificios y deseos escondidos, donde la vida de muchas personas cambiará a partir de ese encuentro fugaz… Secretos, medias verdades y pasiones escondidas en la España de 1996, serán el marco de una historia en la que su protagonista tendrá que luchar contra sus miedos, y después, desafiarlo todo por el hombre que ama.