FUE LA voz de la azafata lo que sacó a Alan Carlisle de su modorra. Al mirar por el ventanillo correspondiente a su asiento, en el lado de babor, pudo ver que el “707” se estaba acercando ya a su punto de destino. Por debajo de una esparcida masa de nubes divisó el Caribe, suavemente rizado. Más adelante, descubrió la isla Barbada, con su espina de colinas y blancas playas. Enseguida localizó la zona de la ciudad de Bridgetown, en el extremo meridional. Había varios buques de diversos tipos en la rada y dos cruceros atracados a los muelles.