Cuando el fiscal de distrito del condado de Nueva York comenzó a tomar medidas enérgicas contra los casos de divorcio fraudulento, acusó al abogado Scott Jordan de estar involucrado. Enfrentando la inhabilitación, su carrera en juego, Scott visita al único hombre cuyo testimonio podría incriminarlo. Segundos después de que sale de la habitación de éste, una voz entrecortada llama a la centralita. “Consigue un médico. M-han disparado. Scott Jordan solo… él solo…” Hay un ruido de gorgoteo, un golpe fuerte y luego silencio. Minutos después el hombre es encontrado muerto. Bajo sospecha de asesinato, Scott lleva a la policía a un asesino desesperado en esta historia rápida y mordaz, enredándose con una extraña variedad de personajes. Estos y otros especímenes brindan una acción enérgica y una tensión que aumenta rápidamente mientras Scott se mantiene un paso por delante de la prisión, al permitirse alguna hábil prestidigitación legal.

El abogado Scott Jordan llama a su oficina y descubre que está hablando consigo mismo; o sea, alguien está haciéndose pasar por él. Se apresura en ir a su oficina y se cruza con una mujer que sale de ésta, que lo elude, sin responder a su requisitoria. Ingresa para encontrar al impostor, y alcanza a ver que éste se guarda un sobre con documentos, que seguramente entregó la mujer. Ante la demanda de Jordan de que le entregue el sobre, el sujeto saca un arma, encierra al abogado y huye Más tarde la secretaria de Scott, logra identificar a la mujer que salía de la oficina, y cuando el abogado concurre al domicilio de ésta, se encuentra con la policía y el cadáver de una joven, que no es la mujer buscada. Entonces llega la hermana de la muerta. Ella es la imagen de la inocencia de ojos azules. Incluso el experimentado Scott Jordan no podía decir si era adorable... o letal. Pero sabía que solo ella podía decirle dónde encontrar rápido los calientes cien de los grandes que estaban en juego. Y también, el asesino.

El abogado Scott Jordan, con intereses personales (Vickie) y financieros (una obra de Broadway) en un caso de cargos que involucra agresión delictuosa...Sidney Lord se había convertido en su cliente unos seis meses antes, cuando le pidió que preparara contratos para la producción. Al leer el libreto, descubrió que era una pieza descabellada, pero sumamente jocosa, acerca de la vida en una gran tienda. Como el riesgo era mínimo, se convirtió en patrocinador, junto a otros cincuenta ciudadanos confiados y esperanzados.Al primer actor le gustó Vickie, secretaria del productor, y por sugerencia de éste, ella le dio alas; pero el sujeto era muy posesivo y cuando la vio a altas horas de la noche con un desconocido, en un bar,agredió al sujeto, dándole una trompada con tanta mala suerte, que éste al caer, se golpeó con una mesa, sufriendo un golpe tan grave que debió ser hospitalizado, con riesgo de muerte.El actor fue arrestado y Jordan convocado para sacarlo, para que pueda actuar esa noche y así salvar la función… y de paso su inversión. Pero las cosas siempre se complican y ésta no va a ser la excepción.

Ella era salvaje, encantadora y estaba cargada con diez millones de dólares. Su nombre era la condesa Linda Franchini-Romanoff, y tenía una notoria reputación que la rodeaba. Una cosa se podría decir de Linda: se lo había ganado. La primera vez que Scott Jordan la conoció fue en su estudio de arte de Greenwich Village. Después de unos cinco minutos de cortés réplica, Linda le pidió a Scott que se casara con ella, y le ofreció $ 5000 por el “trabajo”. Scott se fue a casa para pensarlo. La noche siguiente, Linda lo llamó por teléfono y le suplicó que se apresurara a ir a su estudio. Ella afirmó que era una emergencia. Cuando Scott llegó, vio lo que quería decir. Vio el ángulo imposible de su cuello, la sien magullada, la sangre en su cabello dorado. Fue una emergencia, de acuerdo. Pobre Linda era tan rica, tan hermosa, pero tan muerta...

“El problema llegó a mi puerta cuando el hombre gordo de ojos asustados entró en mi vida y al mismo tiempo se apartó de la suya. Sonó el timbre de mi puerta. Fui hacia la misma y la abrí. El gordo se inclinó hacia mí y salté hacia atrás alarmado. Se desmoronó en el suelo. Miré hacia abajo y vi el agujero en su espalda. Todavía estaba goteando.” Scott Jordan tenía un cadáver en su puerta y un gran maletín en sus manos. Agregue a esto un ladrón de tiendas puntilloso, una enfermera privada sensual, un mafioso celoso y un marido que busca venganza y tendrá un maratón loco de caos y asesinatos.

Hildy Carter, la secretaria, estaba enferma. Por eso, cuando volvió del tribunal, poco antes de la hora de cierre, su oficina estaba desierta... o debía haberlo estado, pues cuando se dirigía a la pieza interior, una figura se materializó súbitamente en la puerta del recinto que guarda los archivos. Sus ropas de medida estaban limpias, pero tenía un ojo negro, producido por un puñetazo reciente. Sorprendido al verlo, el intruso se quedó inmóvil, pestañeando y sonriendo con sus labios magullados. Notó que le faltaba un diente; parecía haber sido víctima de algún oponente despiadado. Además era poseedor de un descaro extraordinario. El pedido de aclaraciones terminó a los golpes, hasta que dos buenos ciudadanos, intervinieron para frenar la pelea y un vecino llamó a la policía. El intruso se identificó como Ben Mornay, consejero de relaciones públicas, e insistió con vehemencia en que había sido agredido sin motivo ni aviso. Scott tuvo la impresión de que su enojo era una simulación, y de que habría estado dispuesto a abandonar allí mismo el asunto. Quizás debió sacarlo del atolladero y pedirle explicaciones en otra ocasión, pero como se mantuvo firme, se vio obligado a presentar acusaciones. Los dos samaritanos respaldaron su relato, jurando haber visto a Scott cometer el hecho. Tres contra uno: una evidente mayoría democrática. Por lo tanto, el sargento lo arrestó por agresión con lesiones.

Todo había comenzado con una citación, una trigueña y un turco. ¡Scott Jordan entregó la citación, la trigueña pechugona desapareció y el turco fue asesinado! Después de la morena había una rubia, una rubia muy simpática cuyo testimonio salvó a Scott Jordan de la cárcel. Y finalmente hubo una pelirroja, que pronto descubrió que no puedes vivir para siempre si te entrometes en un asesinato.

Jordan había estado en Miami para representar los intereses de su amigo y cliente Bob Cambreau, un millonario que desperdicia su vida en vino, mujeres y canciones. Resulta que él y su esposa se separaron y debido a que en Nueva York los únicos motivos de divorcio era el adulterio, estaba usando el apartamento para acelerar las cosas. La rubia era Verna Ford, una bailarina de burlesque contratada para ser encontrada en una posición comprometedora esa noche, razón por la cual Jordan recibió tantas visitas (incluida una aparición no programada de su novio celoso, que rápidamente se convierte en el principal sospechoso después de Jordan). Esta había sido organizado por Dillon, el abogado que representaba a la esposa de Bob. Conoció a Verna por otro de sus casos, ya que fue testigo de un accidente de coche en el que murieron un anciano rico y una esposa flamante y muy joven. Y de repente ella se vuelve crucial para el caso porque el suyo es el único testimonio disponible sobre quién murió primero, el marido o la mujer, que determinará cuál de los herederos heredará alrededor de medio millón de dólares. Además de las dos familias en competencia, una de las cuales se convierte en cliente de Jordan, está el delincuente con un arma que intenta dispararle a Jordan y resulta que también es amigo del gángster propietario del club donde trabajaba Verna. y del otro reclamante de la fortuna. El amigo de Jordan es asesinado en la oficina de éste, aparentemente confundido con el abogado.