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Literatura de jesús gardea
el agua de las esferas (libro)
«El agua de las esferas», como muchas de las novelas de Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-Ciudad de México, 2000) es a la vez una muestra de la capacidad de una narrativa
la ventana hundida (libro)
«La ventana hundida» es una muestra perfecta del arte narrativa de Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-2000), en ella, publicada por primera vez en 1992, y después de una d
soñar la guerra (libro)
«Soñar la guerra», publicada por vez primera en 1984, ejemplifica muy bien el sentido narrativo de la obra de Jesús Gardea (1939-1999), el destino es a la vez un pathos y un al
el agua de las esferas (libro)
«El agua de las esferas», como muchas de las novelas de Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-Ciudad de México, 2000) es a la vez una muestra de la capacidad de una narrativa particularmente difícil en su ritmo y en su sintaxis, y una deslumbrante revelación de lo que en esa opacidad se oculta: el infierno de la soledad caldeado por el sol a plomo sobre la tierra sin sombra. Los personajes se mueven impulsados por rencores añejos, inmemoriales, pero vividos por ellos en profundidad, como si el deseo de venganza fuera algo que brotara de la tierra —lo único, tal vez— sin necesidad de que lo fertilice la lluvia. Para cuando Gardea publica «El agua de las esferas», en 1992, ya tiene en su haber varias novelas notables —«La canción de las mulas muertas», «Sóbol» y «El tornavoz»— y no es un novelista bisoño, al contrario, está en pleno dominio de su lenguaje y estilo y hace gala de precisión en los diálogos, de puntualidad en la descripción y el trazo de los personajes. Las razones ocultas, parece decirnos, son a veces las más claras. ¿De dónde vienen esos rencores milenarios? Del tiempo, del tiempo que pasa quemando la entraña de la gente —una de sus novelas se llama «El sol que estás mirando»—, siempre igual y siempre diferente. Es esa temperatura la que hace que la acción, a veces de vértigo, se aparezca ante el lector como demorada, en la inminencia de su suceder y su ya haber ocurrido. Los espacios colectivos —el café en particular en esta novela, o la plaza en otros— son el escenario de la intriga, de las murmuraciones, del paulatino descubrimiento de las oposiciones, como en un juego de ajedrez que jugara un apócrifo demiurgo, juego que sin embargo no tiene ganador posible, todo es pérdida.
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la ventana hundida (libro)
«La ventana hundida» es una muestra perfecta del arte narrativa de Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-2000), en ella, publicada por primera vez en 1992, y después de una década muy fértil, Gardea ya no necesita demostrar nada y tiene un lugar entre los grandes novelistas de su generación. No obstante insiste en una progresiva depuración de su proyecto literario, cada vez más tangible en su intención y en su tersura. Más allá de los personajes con nombre y apellido lo que habita el libro es la luz, la luz como personaje, en sus reflejos, en sus inclemencias, en sus revelaciones. Cualquier cambio en el claroscuro de una habitación, en la ausencia de sombras de un sol vertical en medio de la plaza o en el brillo de la mirada refiere en pocas frases psicología y rencores, pasado y —en cierta manera— el impredecible futuro de los personajes ya inscrito en esas oscilaciones. La sintaxis de Gardea es un tizón, una fuente de luz y calor, como ese sol que entra por la ventana en las primeras frases de la novela.
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soñar la guerra (libro)
«Soñar la guerra», publicada por vez primera en 1984, ejemplifica muy bien el sentido narrativo de la obra de Jesús Gardea (1939-1999), el destino es a la vez un pathos y un albur, un juego y una meta, se construye en la adivinación y en lo impredecible, hay un más allá espiritual, el del otro lado, el de los muertos (con su impagable deuda con Juan Rulfo) y un más allá físico, ese forastero que llega de no se sabe donde y —sobre todo— no se sabe para qué, pero que a la vez resulta esperado por todos con la convicción de que viene a algo, por un motivo aunque este no tenga traducción racional. Los personajes parecen haber sido puestos bajo el microscopio, y cada movimiento es a la vez vertiginoso y en cámara lenta, con los colores de un espejismo aún más cruel que la realidad, al igual que ese sueño terrible, pero tan cotidiano que no merece el calificativo de pesadilla. «Soñar la guerra» es una muestra de la perfección que alcanzó el autor en su práctica narrativa.
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