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Literatura de lídice pepper
un hombre para la esperanza (libro)
Año 2012.  Pozuelo de Alarcón es un lugar tan bueno como cualquier otro para vivir…pero a Sylvia le parecía el paraíso. Tal vez porque está a un tiro de piedra de Madrid, pero
un hombre para la esperanza (libro)
Año 2012.  Pozuelo de Alarcón es un lugar tan bueno como cualquier otro para vivir…pero a Sylvia le parecía el paraíso. Tal vez porque está a un tiro de piedra de Madrid, pero sigue siendo un pueblo, donde todos se conocen. Tal vez porque es un lugar de ambiente distinguido, de cierta elegancia; habitado por personas afines. Hay que aclarar que no vivía en el propio pueblo, sino en una urbanización situada entre Aravaca y La Estación; un bonito conglomerado de chalets adosados situado en lo que llamaban “Colonia San José”. Tenían hasta una Capilla - dedicada a la Virgen de las Angustias- y no faltaban los “pubs” y otros lugares alegres donde poder reunirse por las noches con los amigos.  Sylvia Monterrey Cansino había nacido en Madrid, en la Clínica San Camilo, pero toda su vida, hasta los veintitrés años que tenía, vivió en el mismo lugar y en la misma casa. Claro que en los veranos salía de allí: sus padres tenían costumbre de alquilar un piso en la playa del Sardinero, en Santander, durante todo el mes de Agosto. Y en Julio, siempre realizaba algún viaje: Irlanda, para hacer un curso de veinte días de perfeccionamiento de inglés, Paris, para visitar sus museos, Roma, Florencia, Londres, El Cairo, Múnich, Viena ¡y hasta New York, donde pasó diez días maravillosos con dos amigas, y asistieron a tres musicales en Broodway! Además de hacer el clásico recorrido en el ferry que bordea la bahía, y subir a la estatua de La Libertad.  Educada en el Colegio de San Luis de Los Franceses, sabía a la perfección el francés, desde pequeña, y ahora, ya algo más adulta, consiguió tener también una gran soltura con el idioma inglés. Acababa de graduarse como odontóloga - porque su padre era un renombrado dentista, y siempre la inclinó hacia ese camino- y estaba preparada para empezar a trabajar en un consultorio propio, anexo al de su padre, cuya clientela era tan numerosa que ya no se daba abasto.  ¿Qué cómo era Sylvia? Sí, tal vez he debido empezar por ahí, describiendo a nuestra protagonista. Bueno, pues no era una mujer muy guapa, lo que se dice guapa de verdad. Más bien baja - un metro y 58 centímetros, descalza- bien formada, de senos rotundos y pequeños, y cintura estrecha: para muchos, resultaba demasiado delgada, pero su cuerpo de guitarra atraía las miradas masculinas. De manos y pies delicados, un cutis muy nítido - de un suave moreno claro- ojos y cabellos negros…Pero nada de boca de labios exuberantes, ni nariz respingona, ni ojazos morunos. Un rostro gracioso, sí: de nariz más bien pequeña y recta, labios finos,  rientes, dientes bonitos y - naturalmente- muy bien cuidados- de adolescente tuvo que llevar un aparato corrector- y ojos oscuros, grandes, pero no demasiado; muy separados entre sí, y  de mirar chispeante, expresivo. Nada del otro mundo, simplemente un conjunto agradable, de facciones en armonía, ninguna muy sobresaliente. Tenía una voz sonora y femenina - le gustaba cantar, tocando la guitarra, y no lo hacía mal- y una natural tendencia a la sonrisa. El cabello lo llevaba corto, porque se le rizaba bastante y ella hubiera querido tenerlo lacio: la lisa frente era despejada, y los pómulos bastante acentuados. Su carácter resultaba alegre y comunicativo, razón por la cual era bastante popular en la “panda” donde se desenvolvía, y también en la Facultad de Odontología, donde fue una estudiante bastante normal: con sus altos y sus bajos. No podía decirse que sintiese una pasión loca por extraer piezas dentarias ni arreglar caries, pero estaba convencida de que había cosas peores. Sí, decididamente, Sylvia era una chica feliz.
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