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Literatura de luza roma
la tivina velada (relato)
Ring… Ring… Ring… El teléfono sonaba en el salón. Aparte del timbre, se escuchaba el repiqueteo del auricular en la base situada sobre una mesa de madera. De pronto unos pasos
la tivina velada (relato)
Ring… Ring… Ring…
El teléfono sonaba en el salón. Aparte del timbre, se escuchaba el repiqueteo del auricular en la base situada sobre una mesa de madera. De pronto unos pasos arrastrados indicaban que alguien había escuchado la llamada en otro lugar de la casa y se aproximaba al origen del sonido «grajanbeliano». En la entrada del salón apareció la silueta de una mujer anciana en bata que aún resultaba esbelta. Se paró de pronto y con los brazos en jarra pronunció un grito alto y claro:
—¿DE VERDAD NO ESCUCHAS EL TELÉFONO? ¿TANTO TE CUESTA COGERLO?
Le hablaba al respaldo de un gran sillón de piel situado a un brazo extendido del sonoro aparato. De pronto una nube como de niebla surgió del sillón, descomponiéndose en el conjunto de aire invisible, pero presente, que llenaba la habitación, quedando como recuerdo de su efímera existencia un pequeño hilo de humo, a modo de cordón umbilical, que subía en línea vertical hacia el techo. Una voz calmada respondió de las entrañas del amplio sofá.
—¿Me hablas a mí, Hella?
Ring… Ring… Ring…
El rostro de la mujer comenzó a congestionarse como si fuese un globo que sigue recibiendo aire en su interior y está a punto de estallar y que inevitablemente, al estar al límite, acaba estallando.
—¿VES ALGUIEN MÁS EN LA HABITACIÓN? ¿CONOCES ALGÚN OTRO HOMBRE O MUJER QUE VIVA EN ESTA CASA CON EL CUAL HABLE ASIDUAMENTE?
—No sé, como siempre hablas chillando, incluso cuando estás a solas, pensé que estabas en uno de tus monólogos.
Ring… Ring… Ring…
—¿PODRÁS COGERLO A PESAR DE LA ENORME DISTANCIA QUE TE SEPARA DE ÉL?
—Seguro que es para ti, Hella —dijo la voz en un tono indiferente—. Alguna de esas chismosas del pueblo que tanto te llaman para contarte mentiras y criticarme.
—¡HAZ EL FAVOR DE COGERLO, CESUS!
—Está bien, está bien. —Cesus aceptó para no seguir escuchando el estridente chillido «hellariano».
Un gran brazo apareció por el lado izquierdo del sillón y cogió el auricular.
—¿Sííí?... Sí, soy yo… ¡Hombreee! Eres tú, viejo zorro, no te conocía… ¿Ya ha pasado un año?... ¡Fantástico! Claro que sí, la cita anual seguirá celebrándose, por supuesto. Lo cierto es que había olvidado hasta el día que era, pero me pongo manos a la obra ya mismo y mañana estará todo listo… ¿Hella? Bien, gracias, un poco más vieja pero igual de cariñosa que siempre, ya la conoces… ¿Mala leche? Debes estar hablando de otra Hella. —El rostro de la mujer fue variando en gestos como un muñeco de ventrílocuo pero en formas casi imposibles: una ceja arriba y la otra abajo, un ojo medio cerrado y el otro muy abierto; la boca, entreabierta por una de las comisuras dejando ver parte de la dentadura, un leve tembleque en un orificio de la nariz algo levantado —Tuve mucha suerte, mañana la veras… Claro, cuando se lo cuente le va a dar una gran alegría… Ja, ja, ja, que sí… No perdonas una, el año pasado fue un despiste de Hella. —A la par de los gestos de la mujer comenzaron a escucharse unos resoplidos suaves y unos bufidos algo más sonoros; el momento de colgar parecía que iba a ser el inicio de la batalla, el petardazo de salida que daría lugar a la embestida como en los San Fermines—. Este año me encargaré yo mismo de tener un par de botellas, así que no te preocupes… Sí, de acuerdo. Yo le llamo para recordárselo… Vale… Yo también me alegro… Otro para ti.
Cesus pulsó el botón de colgar y seguidamente el de descolgar. Unos cuantos pitidos rápidos sonaron a continuación. Hella ya se había percatado del acontecimiento horrible que tendría lugar al día siguiente; en lo que quedaba de día tendría que organizarlo todo. Dio media vuelta y trató de alejarse sigilosamente, pero una voz la interrumpió.
—Hella, no te vayas. Tengo que darte una sorpresa. —Justo en ese momento alguien contestaba al otro lado del teléfono—. ¿Rafa?... Soy Cesus… ¿Sabes que día es mañana?... Ja, ja, ja, a mí también se me había olvidado. Ha pasado el tiempo volando… ¿Cómo que no sabes si podrás?... ¡Amos, Rafa! No me cuentes historias que eres el único jubilado de los tres… Claro que vendrá, es él quien me ha llamado… Además, con el coche que tienes estás aquí en menos que canta un gallo… Claro que sí, así me gusta… No, creo que mañana no hay partido, no te preocupes… Pues hasta mañana entonces, truhán.
Cesus puso el aparato sobre la base y un pitido avisó del correcto posicionamiento. Había mentido a Rafa con lo del partido, pues al día siguiente se celebraba un gran encuentro de nivel mundial, una final de Champion League. Sabía que si le hubiese dicho la verdad no habría venido pues en la velada del año pasado tuvo que aguantar uno entero y avisó que no volvería si se repetía tal circunstancia. Rafa no soportaba lo que llamaban «deporte rey», no lo entendía pues en sus orígenes nunca lo conoció, y su educación no tuvo una base deportiva de carácter físico. Sus juegos preferidos eran los de mesa. Se interesaba más por el estilo corporal, el cuidado personal, la ingeniería y la dominación para no ser pisado. Tenía un don de palabra envidiable y, a pesar de su edad, seguía cuidándose mucho, era un metrosexual de la vejez. Seguía pintándose algunos rasgos faciales, mantenía un bronceado envidiable, le encantaba el sol, que daba un aspecto verdaderamente sano (en invierno no descuidaba esta apariencia y mantenía su moreno con sesiones de rayos UVA), y se sometía a todo tipo de cuidados estéticos como manicura, pedicura, lifting...
Dejó el libro que tenía entre las piernas en la mesa y apagó el puro que estaba fumando. Estaba leyendo un libro de relatos mitológicos. Apartó la manta que estaba tapándole las piernas y se puso en pie. Parecía activado por un ritmo frenético. Cesus era un hombre curtido, alto y de constitución fuerte. Viéndolo era fácil imaginar el portento físico que debía haber sido en su juventud. Tenía una poblada barba blanca y, para su edad, disponía de una buena cantidad de pelo también canoso. Su presencia seguía siendo imponente. Se calzó las chanclas y fue en busca de Hella.
—Señora alcaldesa, ¿a que no sabe qué día es mañana y quiénes vienen a hacernos una visita?
—Sí, lo sé. Por favor, no me lo recuerdes. Y nada de hacernos una visita: a comer a plato puesto, a beber a vaso servido, a echar la partidita, a hablar de chorradas… Pero este año no contéis conmigo. Mañana desaparezco como dos y dos son cuatro. —Hella se dio la vuelta encaminándose al dormitorio.
—¿De verdad te quieres perder el encuentro? Tú verás. Pero… dejarás la comida preparada, ¿no?
—no. Me pareció escucharte que tú lo organizarías todo, ¿no? Pues no tienes tiempo que perder, que tus amigos no comen poco —respondió mientras seguía avanzando.
—Pero, Hella, mi amor…
—Ni Hella, ni Hello. Mañana tu hija tiene el día libre, habla con ella.
—Lo haré, ella al menos tiene corazón —dijo Cesus en un tono apenas perceptible.
—¿Has dicho algo?
—Que yo fregaré y te cantaremos por bellezón, que no hay mujer más guapa ni hombre más afortunado.
—No me vengas con milongas... —En ese momento, Hella pareció recordar algo y se giró rápidamente dirigiéndose hacia Cesus, arrastrando sus chanclas a una velocidad propia de un esquiador de fondo—. Y antes de que se me olvide, espero que no se te ocurra encargarle el vino a ese bodeguero sinvergüenza que va diciendo por ahí que es hijo tuyo, el muy bastardo.
—¿Eso va diciendo Paco «el bodeguero»? Pues ya podía ser cierto, porque menuda fortuna hemos tenido con nuestros hijos. Suerte que nuestra hija es una bendición.
—¿QUÉ LES PASA A NUESTROS HIJOS? Mira: no lo digas ni en broma, ese siempre borracho y de fiesta en fiesta, seguro que es drogadicto.
—Qué va a ser drogadicto, el chaval solo le pega al vino un poco y es un cachondo que no te puedes hacer una idea. El otro día me contó unos chistes que me moría de risa…
—¿¡ASÍ QUE LE VES!? —interrumpió agresivamente Hella—. Si al final va a ser verdad eso que dice el niñato. Espero no enterarme de que le vuelves a ver o montaré una gorda en el pueblo, ¿me has entendido?
—Claro que sí, cariño, te explicas de fábula.
Y ambos tomaron direcciones opuestas teniendo muy claro lo que cada uno iba a hacer, y en el fondo, sabiendo lo que iba a hacer el otro.
Hella pasó el resto del día entre su dormitorio, el jardín, y haciendo unas cuantas llamadas a amigas suyas para ocupar el día siguiente en su totalidad. Fue lo suficientemente esquiva para no cruzarse con Cesus en ningún momento. No quería saber nada de nada.
Cesus, por su parte, se puso manos a la obra con los preparativos. Lo primero que hizo, como no podía ser de otro modo, era asegurarse unas cuantas botellas de vino de Paco «el bodeguero». Lo siguiente fue llamar a su hija para ver si podía ayudarle con los preparativos al día siguiente. Después de reservado el caldo y asegurada una ayuda femenina para preparar la comida, se fue al pueblo a comprar todo lo necesario. Cuando llegó, Hella se encontraba ya durmiendo. Dejó todo preparado para el día siguiente, leyó un poco más del libro que tenía entre manos y se fue a dormir contento por disfrutar del gran día anual.
Cuando aún el gallo no había cantado sonó el timbre de la casa. En el silencio de la madrugada resultaba aterrador y fuerte.
Dinggg… Donggg.
Hella dio un respingo en la cama. Cesus seguía durmiendo y roncando plácidamente. De nuevo el timbre.
Dinggg… Donggg.
Hella se levantó a toda prisa pensando qué habría podido pasar. Se enfundó su bata y las zapatillas de andar por casa con el corazón acelerado de preocupación. «A lo mejor le ha pasado algo a cualquiera de mis hijos», pensó. Se dispuso a bajar las escaleras y en mitad de las mismas recordó el día que era y frenó en seco maldiciendo todo lo maldecible.
—La madre que me parió… —comenzó diciendo antes de empezar con sus imprecaciones, que podían abarcar una gran cantidad de cosas entre personas, familiares, profesiones, animales y fenómenos naturales. Los ronquidos de Cesus fueron subiendo en intensidad a medida que Hella se acercaba de nuevo a la habitación, haciendo que su ira se acrecentara con cada paso arrastrado.
Volvió a acostarse y le pegó un buen codazo a Cesus.
—Eh... ¿qué pasa?
—LLAMÁN A LA PUERTA, NO LO OYES.
—No he oído nada. Puede que lo hayas soñado, vuélvete a dormir —dijo Cesus en un susurro soñoliento.
—NO-LO-HE-SO-ÑA-DO. ¿POR QUIÉN ME TOMAS? ¿CREES QUE ESTOY LOCA?
—No, mi amor, solo que yo no lo he oído. —Y se puso de lado para seguir durmiendo.
Al momento, un nuevo aviso de que alguien aguardaba en la puerta.
—¿LO HAS OÍDO AHORA?
—¿El qué?
—¡EL TIMBRE! ¿CÓMO QUE EL QUÉ?
—No he escuchado nada. Hella, mira qué hora es, quiero descansar que ya sabes que hoy será un gran día. Si escuchas que llaman a la puerta en tu cabeza, baja y mira quién es, pero… ¡por favor, a mí déjame dormir!
—TODOS LOS AÑOS IGUAL, SORDO DORMILÓN. ¿QUIÉN LLAMA DE MADRUGADA SIEMPRE QUE ES TU GRAN DÍA?
—Dios, es cierto. Así que ya ha llegado. Podías habérmelo dicho antes y dejarte de jueguecitos, ¿no? —Cesus dio un brinco de la cama, se calzó y bajó lo más deprisa que pudo las escaleras, acompañado a modo de música de fondo del canto de un gallo que daba los buenos días al sol, hasta llegar a la puerta. La abrió como un niño pequeño que sabe que tras ella espera una gran sorpresa y, tras hacerlo, un brillo descomunal le cegó por completo.
—¡Maldita salida del sol! —El astro acababa de comenzar su ascenso en el nuevo día y lo hacía justo delante de su casa. Entrecerrando los ojos se podía ver una silueta que parecía ser la que desprendía esa luz.
—¡Yavier, amigo mío! —dijo Cesus abalanzándose y dando un fuerte abrazo a su primer visitante. —¿Pero cómo has llegado tan pronto?, ¿no podías aguantar sin verme, eh?
—Ja, ja, ja, pensé que habrías madrugado y que tal vez necesitases ayuda, pero veo que hace mucho que no ves una salida del sol. Vaya cara de sueño. Si quieres voy a dar una vuelta al pueblo y vuelvo más tarde.
—Ni hablar, pasa ahora mismo y cuéntame que tal este último año. Prepararé algo de desayunar.
Entraron al interior de la vivienda y se dirigieron a la cocina. Yavier era un tipo indescriptible pero a Cesus le caía muy bien aunque fuesen totalmente opuestos en todo.
—Supongo que Hella duerme. ¿Qué tal los niños? —Yavier era siempre muy cumplidor y defensor de la familia tradicional, aunque fuese padre soltero, en cambio a Cesus todo eso le sonaba demasiado férreo y estricto, él siempre fue un «viva la vida».
—¿A cuáles te refieres: los legítimos, los ilegítimos, todos en general, alguno en particular? De muchos no sé nada hace mucho tiempo y con algunos mantengo contacto de forma muy ocasional; y sin que se entere Hella, imagínate como se pondría.
—Sabes a quién me refiero, pichabrava. —Yavier se refería a sus hijos con Hella, su esposa actual. Cesus lo sabía y por eso le provocaba.
—No me hables, no me hables, que menudo disgusto tenemos con los niños, con ambos dos. —Cesus negaba con la cabeza mientras la vista se clavaba en el suelo con aire de tristeza. De pronto levantó la mirada y su rostro cambió repentinamente mostrando alegría y siguió de manera más enfática—. Heva, en cambio, es lo mejor que me ha pasado, es la niña de mis ojos. Sigue trabajando como enfermera y a mí me da la vida, tenerla al lado me hace sentirme joven, te lo digo de verdad.
—¿Qué ha pasado ahora con los chicos? ¿En qué nuevo lío se han metido?
—A Hernesto lo tenemos ingresado en un psiquiátrico. Lo detuvieron hace seis meses como responsable de una serie de incendios que hubo en el monte y lo acabaron condenando, pero un perito psicológico informó que sufría un trastorno mental que le hacía estar obsesionado con el fuego, vamos, que era un pirómano. Te puedes imaginar cómo estaba el pueblo cuando se enteraron de que era el hijo del alcalde el responsable de los incendios. Casi nos queman la casa y a nosotros dentro.
—Vaya, me dejas alucinado, lo cierto es que algo leí en la prensa pero nunca llegué a imaginar… ¿Y Álex?
—Ese tiene otro trastorno mental. Se obsesionó con la guerra y se hizo soldado profesional. Nos llegó una carta del Ejército diciéndonos que había desaparecido en la misión que tenía encomendada su compañía en Oriente Próximo. Más tarde, a través de unos contactos que tengo en los servicios de inteligencia, nos llegaron nuevas noticias. La política tiene algunos privilegios y más si llevas tantos años como yo gobernando este pueblo perdido en este monte olvidado. El caso es que nos informaron que tenían sospechas de que se había convertido en un mercenario y se dedicaba a pegar tiros a los de uno y otro bando para tocarles los cojones y que siguiese el conflicto. Así están que cuando no empiezan unos empiezan otros, y lo que no sabe ninguno es que es el subnormal de mi hijo el causante de todo. De verdad te digo, que yo creo que esos no son hijos míos.
—Ja, ja, ja, pronto te has olvidado de tu juventud, ja, ja, ja, vaya mala leche que te gastabas también.
—No empieces con eso. Yo siempre tenía motivos y acabé pagando mis excesos, como bien sabes. Sé que era muy visceral pero lo perdí casi todo. —Cesus no pregunto a Yavier por su hijo para no hacerle recordar el dolor de su pérdida. Fue un chaval estupendo, un idealista que pretendió cambiar mentalidades y enfrentarse contra los poderes establecidos y perdió su batalla. Fue acusado de asociación ilícita, pertenencía a grupos radicales y, lo que es peor, ser el cabecilla del movimiento anti sistema. Eso le hizo ser condenado a muerte. Investigaciones posteriores confirmaron la presencia de indicios que hacían pensar que el juicio fue una farsa con varias vulneraciones de garantías constitucionales. Cesus nunca sacaba el tema y solo hablaban de ello si Yavier iniciaba la conversación.
Tras ponerse al día en los asuntos familiares procedieron a desayunar. Cesus había preparado mientras conversaban unas tostadas con aceite, tomate y ajo y un poco de café. Siguieron charlando, riendo y gritando. Hella se había levantado con el alboroto y se había arreglado para abandonar la casa. Bajó las escaleras y pasó con aire muy solemne, y muy digna, por el marco de la cocina en dirección a la puerta de entrada, en este caso de salida.
—Mira, Hella, quién ha lleg…
—Buenos días, Hella, ¿cóm…
Un portazo fue lo que recibieron ambos por respuesta.
—Ha debido pasar una mala noche —dijo Cesus para justificarla sin saber por qué, pues todos la conocían ya bastante.
—Seguramente —respondió Yavier para no provocar a su amigo.
Tras un rato de conversación más, el timbre de la casa volvió a sonar. Ya no resultaba aterrador y tan sonoro.
—¿Será Rafa? —preguntó Yavier.
—No creo, seguro que es Heva —comentó Cesus mientras se encaminaba hacia la puerta. Acertó. —Buenos días, hija, ¿cómo estás?
—Bien, Padre. Dispuesta ayudarte en lo que te haga falta. Estás estupendo esta mañana ¿sabes? —De pronto, Heva, se percató de la presencia de Yavier.
—Madre mía, Heva, cada día más guapa. —Yavier se levantó y beso en la frente a la hija de su amigo.
—Muchas gracias, don Yavier. Le encuentro estupendamente. Veo que se cuida bien. Vayan a dar una vuelta que cuando lleguen tendrá todo listo. Se la ilusión que le hace a mi padre este día así que disfrútenlo.
—¿Ves lo que te decía, Yavier? —dijo Cesus lleno de orgullo.
Yavier afirmó con la cabeza. Ambos salieron de la cocina y Yavier se dirigió al salón mientras Cesus se vestía para salir a tomar el aire, o lo que se terciase. Regresó, dio un beso a su hija y salieron por la puerta. El sol estaba casi en lo alto, faltaba poco para el mediodía cuando de pronto una bocina llamó su atención. Reconocieron el sonido al instante pues era inconfundible. Un precioso mandyet 2000 turbo se aproximaba a la entrada de la vivienda. Era el coche de Rafa. Los dos amigos se alegraron de la llegada del tercero y último. Rafa aparcó en la puerta y descendió junto con su inseparable lebrel de nombre Shemes. Tenía un tipo fino, y vestía de manera algo impropia para su edad. Le gustaba tener un toque juvenil que rozaba lo hortera: pelo engominado hacia atrás, camisa con los tres primero botones del cuello sin abrochar mostrando una cadena de oro, pulseras del mismo metal y un bastón que le proporcionaba un aire bohemio y algo afeminado.
—Vaya par de dos. ¿Os habéis visto bien?
Cesus y Yavier se miraron y sonrieron a la par.
—No cambiarás, Rafa —dijo Cesus mientras le agarraba y la traía hacia él para darle un abrazo.
—¡Cuidado, bruto!
Tras el abrazo, Yavier y Rafa se estrecharon la mano aunque uno con más fuerza que el otro, lo que origino otro quejido.
—¡Qué me rompes la mano, animal!
Y siguieron andando y riendo, dando la sensación que caminaban despreocupadamente, hacia lo que parecía no ser un sitio fijo que evidentemente sí lo era y que no era otro que la Taberna de Paco «El Bodeguero».
—¡La Santísima Trinidad de nuevo reunida! ¿Cómo está esa gente joven?
Todos saludaron a Paco.
—Venga, ¿qué va a ser? —preguntó muy profesionalmente con un paño sobre el hombro que colocó ahí como un latigazo sobre su espalda después de haberse frotado las manos con él.
—No preguntes y sírvenos, que ya sabes lo que queremos —respondió Cesus.
—Marchando tres chatos de vino de mi cosecha especial.
Colocó tres vasos de vino y un plato con queso cubierto de un chorro de aceite de oliva. Apoyó los brazos cruzados sobre la barra y se puso a charlar con el trío. De vez en cuando veía interrumpida la conversación por algún paisano que entraba a tomar algo pero rápidamente volvía a la charla. No tardó en comenzar con alguno de sus chistes, que tenían fama de malos pero a los que dotaba de gracia por su forma de contarlos y que resultaban especialmente graciosos cuando la gente había superado cierto límite de alcohol en su cuerpo.
—El otro día me contó un amigo que su hijo llegó muy emocionado a casa y, al preguntarle, el chaval le dijo: «Estoy muy contento de que me llamarais Juan cuando nací», a lo que el padre le preguntó: «¿Y eso por qué, hijo?», y el niño va y le responde: «Porque así es como me llaman todos los niños del colegio».
Los cuatro empezaron a reír a carcajadas. Siguieron hablando y las rondas se iban sucediendo, pero cuando Paco empezaba era difícil pararlo. Siguió contando chistes y siguieron pasando un rato agradable.
—Yavier, Rafa, ¿sabéis el nuevo chiste que circula por el pueblo sobre Cesus?
Los dos negaron con lágrimas en los ojos y Cesus le cambió completamente el semblante.
—Pues dicen que estaba el otro día sentado en el porche de su casa con Hella y que, de pronto, se levantó y la abofeteó. Hella sorprendida le dijo: «¿Y eso por qué?», y Cesus le contestó: «Por cuarenta años de pésimo sexo». Al rato, se levantó Hella y le abofeteó más fuerte aún. Y él preguntó: «¿Y eso?», y va Hella y le contesta: «Por conocer la diferencia».
Todos rieron menos Cesus, al que no le hizo ninguna gracia.
—No sé quien te ha contado eso pero, aparte de ser mentira, no es gracioso —sentenció.
Rafa decía que se meaba y Yavier estaba doblado del dolor de estómago que le estaba provocando la risa, y es que Hella era tremendamente celosa y el chiste le iba que ni pintado a Cesus. De pronto unos truenos amenazaron tormenta y procedieron a dar por concluido su rato en la taberna.
—Paco, dinos, ¿qué se debe? —dijo Cesus algo malhumorado y con ganas de marcharse pues no soportaba que se riesen a su costa.
—¿Me crees capaz de cobrar a mi propio padre?- dijo el joven bodeguero.
—¡No me jodas, Paco! Hella se ha enterado que vas diciendo eso por ahí y me ha prohibido pasarme por aquí.
Yavier, que ya estaba parando de reír, miró a ambos y comentó antes de volver a descojonarse de risa:
—Pues la verdad es que os parecéis un poco, ja, ja, ja.
—Sí es cierto, ay que me meo ja, ja, ja —apuntilló Rafa.
—Idos todos a la mierda —se despidió el alcalde tirando sin querer una copa de vino manchando a Yavier.
—¡Si ya sabía yo que alguien derramaría un poco! Me pasa siempre que alterno con alguien, joder. Ahora parece que me han apuñalado. Siempre igual —dijo mientras se sacudía su indescriptible vestimenta.
Cesus fue el primero en salir del bar, de forma airada y sin decir una palabra, en dirección a casa. Los dos amigos, tras despedirse de Paco, fueron a buscar a su compañero de fiesta para calmarle. Aunque Hella tenía fama de celosa, no era menos cierto que las malas lenguas contaban que, en su juventud, Cesus acabó con la vida de un chico que quiso ligar con ella y que llegó a maltratarla en alguna ocasión. Con la edad se había vuelto más tranquilo pero a veces le surgía esa furia que antaño era moneda de cambio de forma brutal contra aquellos de los que recibía afrentas.
Llegaron a la casa y allí les esperaba la mesa montada con la comida en su sitio, lista para ser degustada. La bebida la traían ellos de la bodega. Heva estaba a punto de marcharse.
—Vaya horitas, ¿eh? —dijo mientras sonreía y besaba a su padre—. Ya lo tenéis todo listo y como tardéis un poco más en empezar no le echéis la culpa del sabor a la cocinera. Me voy que tengo cosas que hacer. Me alegro de veros. Seguid pasándolo bien y no peleéis, ji, ji, ji.
Todos se despidieron de la bella hija de Cesus y se sentaron a la mesa a comer los platos y tapas que Heva había preparado: aceitunas, berenjenas rebozadas con miel, ensalada de tomates y canónigos mezclada con nueces y almendras, aguacates con atún, tortillas de patata, queso, jamón serrano, entrecot de buey troceado y una fondue de chocolate de postre para los plátanos, manzana, naranja y fresas que se disponían ya limpias y peladas en una fuente al lado.
Comieron como dioses y al finalizar les esperaba una bandeja con una cafetera, que desprendía un aroma delicioso, y unas cuantas botellas con distintos licores. Cesus aprovechó para fumarse un puro y comenzaron a picarse con uno de los grandes momentos del día: la partida.
En todas sus citas anuales siempre jugaban a un juego de mesa que todos habían conocido de pequeños y que había evolucionado hasta nuestros días. Pero ellos seguían fiel al original y cada uno guardaba el suyo como si fuera el mayor de los tesoros. Cesus fue a por él y comenzaron a prepararlo. El juego se llamaba «CONVERTERISK». Era similar al actual risk, más conocido que el original. La nueva línea recibió ese nombre que fue tomado del primero en época de crisis, donde cualquier recorte era bienvenido, y se actualizó para ajustarlo al momento actual. Se quiso dar a la «R» más protagonismo y dotar al nombre de más dureza, hacerlo más desgarrador. Dejó, pues, de ser una «ere» para convertirse en una sonora «erre». Ahora consiste en conquistar el mundo al estilo guerra colonial, la explicación es mucho más bélica y las piezas simulan ejércitos con distintas unidades. El «Converterisk» era un juego cuya explicación se basaba en el poder de la palabra. El belicismo no aparecía por ningún lado. Las piezas representaban monjes y no se hablaba de conquistar otros territorios sino de convertirlos. Cada uno jugaba siempre con las mismas piezas y empezaba en la misma posición: Cesus, con las azules en Europa; Rafa, con las amarillas en África; y Yavier, con las blancas en Asia. El balance de partidas ganadas desde que comenzaron las veladas resultaba bastante desigualado, pues si bien Rafa comenzó ganando las primeras, Cesus pasó a ser el campeón a batir durante un tiempo, pero ahora Yavier resultaba invencible. No sabían como lo hacía pero llevaba ganando una buena pila de años. Se había convertido en el mejor «converteriskero» del planeta y eso hacía que Cesus y rafa se tomaran las partidas casi como algo personal.
Como las anteriores veces la partida no fue corta. Tras cuatro horas de juego uno de los tres había conseguido convertir el mundo entero y se encontraba exultante ante la nueva victoria. Los otros dos no se lo podían creer y repasaban mentalmente alguna de las jugadas buscando algún tipo de trampa ejercida por el vencedor para poder impugnar la partida.
—Esto no puede ser suerte. Estuviste a punto de ser eliminado un par de veces —dijo Rafa.
—No me lo puedo creer…: lo he tenido ahí —comentaba Cesus para sí mismo sin quitar la vista del tablero lleno de piezas blancas.
—Yo creo que lo que pasa es que no sabéis tirar los dados —comenzaba a cachondearse Yavier—. Os desviáis de vuestros objetivos con mucha facilidad. Mis piezas no paran hasta conseguirlo. ¿Alguno recuerda qué número de partida ganada consecutiva es esta? He perdido la cuenta.
En ese momento alguien entró a la vivienda. Hella pasó por delante de la puerta del salón en dirección al dormitorio.
—Hola, cariño. ¿Qué tal…? —dijo Cesus.
—Buenas noches, Hella. Me alegro de… —comentó Rafa.
Un portazo fue todo lo que obtuvieron por respuesta. Yavier sonrió recordando una escena similar por la mañana.
—Es toda simpatía —comentó con ironía—. Realmente eres muy afortunado.
Olvidando rápido el desplante siguieron comentando el juego. El malestar de Cesus y Rafa resultaba mayor porque sabían que tendrían que esperar otro año para volver a intentarlo. Discutieron acerca del resultado como siempre en los últimos tiempos. Rafa encendió la televisión no queriendo seguir con el tema. No era su día de suerte y un soniquete maldito para él sonó por toda la habitación, haciendo olvidar la disputa a Cesus y Yavier, que recordaron el otro gran evento del día.
Uiii aaar de champions, Uiii aaar de…
—¡Coño, el partido! —dijeron al unísono.
—No me jodáis. No lo diréis en serio —manifestó Rafa algo disgustado y contrariado—. Cesus, me dijiste que no había partido.
—Pues... la verdad es que no lo sabía —mintió.
A la velocidad del rayo estaban sentados en el sofá, Yavier y Cesus, con sus pertinentes bebidas, una copa de vino y una cerveza respectivamente. Se disputaban la final: el Real Madrid y el Olimpiakos. Yavier se posicionó rápidamente del lado del equipo español. Sentía especial predilección por ese equipo que vestía de blanco, su color preferido, y del que decía era el más grande de todos los tiempos. Cesus en cambio tiró por el Olimpiakos un equipo cuyo nombre le recordaba a guerreros, fuerza y destrucción, y cuya vestimenta era similar a su equipo predilecto, el Atlético de Madrid.
—¡O SIIIÍ REAL MADRID, REAL MADRID, REAL…!
—¡ATLEEETI, ATLEEETI, ATLÉTICO DE…!
Ambos entonaron himnos intentando picarse mutuamente mientras Rafa observaba el patético espectáculo que ya había visto en otras ocasiones y que nunca acababa bien. Decidió salir al jardín a hacer un poco de compañía a Shemes, que se alegró al instante de ver a su dueño.
Mientras en el interior ya empezaban los roces.
—¡PERO QUÉ COÑO CANTAS, SI NO ES EL ATLÉTI!
—PARA MÍ COMO SI LO FUESE, LLEVA LOS COLORES DEL GLORIOSO.
Cada vez chillaban más. Y de pronto un grito se escucho en todo el pueblo.
—¡GOOOOOOOOOOOOL! ¡TOMA, TOMA-TOMA! —Cesus a su edad se puso delante de Yavier, clavó una rodilla en el suelo y simuló la figura de un arquero. El Atlético tomaba ventaja en el marcador. Yavier trataba de no hacerle caso. Unos insultos surgieron de la parte superior de la vivienda mientras Rafa entraba a la misma.
—¿Estáis locos? Se os escucha en todo el pueblo.
Ni uno, ni otro, hicieron caso y siguieron igual durante todo el encuentro, que finalizó con victoria del Real Madrid por dos goles a uno. Eso representaba su esperada décima Copa de Europa.
—Sois unos perdedores —proclamó Yavier exultante con otra nueva victoria moral.
—No es justo. Es como si el Madrid recibiese ayuda divina porque no es normal. No juega una mierda y aun así gana. No lo merecíais —expresó Cesus lleno de rabia. De nuevo unos cuantos truenos amenazaron tormenta—. Y menudo árbitro, ¿de dónde se ha sacado ese penalti? Menudo tongo, es vergonzoso.
—Vosotros sí que sois vergonzosos. Parecéis críos.
—Tú si que eres vergonzoso con esas pintas que llevas y no te decimos nada.- Cesus estaba fuera de control.
—¿Qué le pasa a mi atuendo? —preguntó, Rafa.
—Pareces un maricón —sentenció Cesus.
—Haya paz. —Yavier trató de calmar los ánimos—. Cesus, tienes que asumir las derrotas.
—Vete a tomar por culo con tu paz y tu suerte.
—Tranquilo, hom…
—Ni tranquilo ni hostias. Me tenéis hasta los cojones. Esta es la última celebración. Tú —dijo mirando a Rafa—, vete con tu chucho y tu bastón antes de que te lo…
—No te preocupes. Claro que me voy. ¿Quién te crees que eres? No volveréis a verme nunca más. —Rafa cogió sus cosas y se marchó. El sonido del coche fue apagándose mientras se alejaba.
—Mira lo que has hecho, bruto. Ya le puedes llamar mañana y pedirle perdón.
—¿Perdón? A ti te digo lo mismo. Estoy harto de tus coñas, tu aire de superioridad, tus perdones, tu paz… Mucho predicar y poco ejemplo veo yo en tus palabras.
—Me marcho, esto ya no es divertido y estás perdiendo el control.
—Eso, márchate, contrólate tú y déjanos a los demás que nos descontrolemos si queremos.
—Así va el mundo. Ya me llamarás.
—Ni lo sueñes. Ya sabes donde está la puerta.
Y así terminó otra «tivina» velada, como lo hacía siempre, todos afirmando no volver a celebrarla en defensa de su orgullo pero sabiendo que, dentro de un año exactamente, volverían a verse de nuevo, fuese donde fuese, porque eso era lo único divertido que les quedaba en un mundo lleno de guerras, hambre y avaricia.
Nota del autor: Esta historia está basada en hechos reales. Los nombres de los personajes y los lugares han sido modificados para proteger sus verdaderas identidades.
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