Literatura de philippe delerm
el primer trago de cerveza (libro)
Nada hacía pensar que «El primer trago de cerveza,» un libro considerado en principio «minoritario», destinado a críticos exigentes y a un público selecto, que salió a la calle
la quinta estación (libro)
Sin duda los ya asiduos lectores que descubrieron a Philippe Delerm con El primer trago de cerveza recibirán con regocijo La quinta estación, y no nos extrañaría nada que quien
llovió todo el domingo (libro)
Arnold Spitzweg, alsaciano de origen y parisiense de adopción, es un sencillo empleado de Correos que, con el tiempo, ha aprendido a rellenar su soledad con el sabor de pequeño
el primer trago de cerveza (libro)
Nada hacía pensar que «El primer trago de cerveza,» un libro considerado en principio «minoritario», destinado a críticos exigentes y a un público selecto, que salió a la calle humildemente en la primavera de 1997, sin estudios de mercado ni publicidad, pudiera convertirse en todo un acontecimiento literario en Francia a las pocas semanas de ser publicado y que permanecería por más de un año entre los tres primeros libros más vendidos. De la noche a la mañana, toda Francia pasó a disfrutar de los pequeños placeres y a compartir con Philippe Delerm su especial concepción de la vida. «El primer trago de cerveza» es la narración breve, exquisita, de esas situaciones, comunes a todos, que, en los tiempos ajetreados en que vivimos, se deslizan sin que les prestemos atención y que, en cambio, encierran el germen del buen vivir. A Philippe Delerm, al parecer, no se le escapa una sola oportunidad de aprovechar esos momentos, y al hacerlo, incita al lector a reconocer en sí mismo cuáles son sus propios instantes de gozo. Si, por ejemplo, en una luminosa y fría mañana de invierno, a alguien le llena de placer salir a comprar cruasanes recién hechos, es muy probable que otros descubran que, en cambio, con lo que más disfrutan es con «el indecente placer de saborear un banana-split». ¡Tantos instantes, tantas pequeñas historias, tantos minúsculos placeres, al alcance de todos y que, sin embargo, nos parecen tan ajenos!
la quinta estación (libro)
Sin duda los ya asiduos lectores que descubrieron a Philippe Delerm con El primer trago de cerveza recibirán con regocijo La quinta estación, y no nos extrañaría nada que quienes todavía no se han acercado a su obra se dejaran conquistar ahora por esta novela, que supuso su debut literario en 1983. En ella aparece ya en toda su plenitud esa bienhechora exaltación ante las sensaciones fugaces y los mínimos acontecimientos —que no obstante pueden cambiar una vida— característica del resto de su obra. La quinta estación es el diario íntimo de alguien que aprende a paliar su dolor y a cicatrizar su herida después de la pérdida de la persona amada. A lo largo de sus páginas y del transcurrir de los días, se desgranan no sólo los recuerdos de un pasado compartido sino también las vivencias de un presente en el que la ausencia es plena presencia. Pero el pudor contenido del narrador le impide caer en la autocompasión o reclamársela al lector. Al contrario, aquí las palabras se alzan como el bastión frente al olvido, como la única resistencia que puede oponerse a la muerte. En La quinta estación todo se convierte en un pretexto para exorcizar el dolor, para apelar a la memoria a fin de celebrar los efímeros instantes de felicidad que, entrelazados, señalan la diferencia entre el vacío y la plenitud. El lector siente la ausencia del ser amado y su presencia inaccesible, mientras acepta la invitación de Delerm para tomarle el pulso a la felicidad y saborearla en el instante en que se produce.
llovió todo el domingo (libro)
Arnold Spitzweg, alsaciano de origen y parisiense de adopción, es un sencillo empleado de Correos que, con el tiempo, ha aprendido a rellenar su soledad con el sabor de pequeños placeres que nos dan tregua en las inclemencias de la vida y logran hacernos, fugaz pero incuestionablemente, felices. A Spitzweg le gustan los comienzos de las novelas de Simenon, los aromas y sabores de las brasseries, pasear a ciertas horas por París y viajar a las playas de Ostende, aunque sólo sea por el placer de regresar. También mantiene un discreto idilio con una compañera de trabajo, pero trata de guardar las distancias con la pasión, porque conoce las virtudes de la templanza. Por eso lleva una existencia deliberadamente contenida en los márgenes de lo anodino. Aun así su melancólico hedonismo nos induce a plantearnos, en la vorágine diaria, el sentido real de cada uno de nuestros esfuerzos cotidianos.