La mujer intentó mostrarse coqueta. Eran tan aburridos aquellos parajes. Tan hosco, desatento y enfurruñado su marido. Ni recordaba la última vez que él la había besado… Instintivamente se arregló unos mechones que le caían sobre la frente y tosió para atraer hacia su persona la atención del forastero.

«GOODY» Seam dedicó al «Marshal» su más bien formada y exquisita sonrisa... sin embargo, la mantuvo tanto tiempo que los labios acabaron por dolerle, sin que él diera la menor impresión de haber captado su cariñoso saludo Acodado en el mostrador y con la atenta mirada clavada al otro lado del «saloon», Chuck Cumberlan escuchaba mudamente las vigorosas explicaciones de su acompañante, un hombre bajito y vivaracho, que parecía discutir consigo mismo, puesto que el «Marshal» mantenía sus ojos fijos en la mesa en que cuatro hombres sostenían una interesante partida de «poker».

«Doc» Bellamy barbotó una maldición y observó con gran disgusto las amenazadoras nubes que avanzaban por el norte. Súbitamente, los nubarrones se iluminaron y una línea zigzagueante hendió su panza de un modo plateado. El rayo brotó tan lejos, que su fragor apenas fue un murmullo. La distancia, el viento y las sucias ventanas del «Park-Saloon», habían mermado el rugir de la descarga eléctrica, hasta el punto de ser adivinado más que sentido.

Mi nombre es Christian Bradley. Un nombre como para sentirse orgulloso y ufano de él. No obstante, aquel atardecer, mientras el sol se ocultaba tras las anaranjadas nubes de poniente yo tenía pocos motivos para sentirme orgulloso y ufano de mí mismo. Por varias razones…

Serie Ley Revolver Nº 096

Cuando el sol naciente se insinuaba con rojizos resplandores sobre los Montes de Guadalupe, todo el paisaje, desde los Montes Davis hasta Peak Hill y el margen derecho del río Pecos, perdió su aspecto melancólico y se tomó sombrío. La débil claridad del amanecer nimbaba el poblado de Toyah, y, el primer destello solar, acentuó las zonas oscuras, marcó los contornos de las casas y dibujó las copas de unos árboles, que, durante la noche, se habían confundido con la negrura del cielo. A la salida del poblado, a unas veinte yardas de la última casa de Toyah, se alzaba un corral en ruinas. El adobe estaba deshecho; las vigas descarnadas, desprovistas de la tierra dura; y, la madera de la puerta y las ventanas, agrietada y podrida por la intemperie, se estremecía y gemía empujada por el frío viento de la madrugada.

Al norte del río Niobrara, en el extremo oeste de Nebraska, se alzaba la población de Chadron, que, con el transcurso del tiempo, había de convertirse en una de las principales ciudades de este Estado. Las tierras de Chadron son hermosas. El río Niobrara y su red de afluentes tejieron durante siglos un paisaje de inusitada belleza... cortada bruscamente en la parte septentrional de Chadron. La franja comprendida entre esta población y Dakota del Sur no era más que un mar desolado de rocas y dunas, que podía recorrerse durante días enteros sin tropezar con ningún ser humano.

«Pícaro» suspiró profundamente y miró con melancolía su copa. Con ella cerraba la docena justa. La tomó con mano firme y la apuró de un trago. Luego, al consultar la botella frunció el ceño disgustado. —Luciano —se quejó—. Has acabado con ella. Te estás convirtiendo en un borracho. Luciano hizo un gesto de resignación. —Perdona, Bill; pero, por mi parte, me he limitado a descorchar la botella... «Pícaro» parpadeó perplejo.