El hombre dobló la esquina de Calvert Street con la avenida de Wisconsin y se encaminó a buen paso hacia la próxima parada de autobús. Caminaba aprisa, como si temiese llegar tarde a alguna parte. Al pasar por delante del Cementerio Católico, después de dejar a su izquierda el U. S. Naval Observatory, volvió el rostro, como deseoso de vislumbrar a lo largo de la interminable avenida la inconfundible silueta de alguno de los vehículos que necesitaba tomar.

Aquel hombre no parecía tener prisa. Se dedicaba filosóficamente a beber como si ninguna preocupación le embargase, ya que estaba seguro de que lo que tenía que suceder se produciría inevitablemente y que tan sólo era cuestión de tiempo. Cuando apuró la bebida que le había sido servida habían transcurrido unos cuantos minutos. Una vez más consultó el reloj y miró de nuevo hacia la puerta. En aquella ocasión no lo hizo a través del espejo del fondo...

Un surco de luchas y pasiones se abre en la vida del temerario protagonista, amalgama de excitantes amenazas, sobornos y proposiciones deshonrosas... Robert W Anderley. El escritor que sabe dejar imborrable huella en la memoria de sus lectores, estremeciéndoles con problemas en los que no se falsea la profunda calidad humana, ni se les desvía de su línea patética, resalta los matices profundos y tensos: Duda mortificante, diabólica y cruel. Angustia suprema. Emoción llevada al máximum. Estos son los exponentes alucinadores de El Ataque de los espectros En una noche, en el breve espacio de unas horas, la tragedia señala con su dedo a uno, a otro... Con la orden de ataque a muerte, los espías descargan su furia sobre...

Se cortó la comunicación y… También desde un teléfono público, instalado no muy lejos de la Secretaría de Defensa, se sostenía otra conferencia telefónica sobre el mismo asunto. Un individuo alto, musculoso y de acusados rasgos anglosajones, había entrado en la cabina telefónica y después de asegurarse del perfecto cierre de la misma, que lo aislaba de ruidos e impedía que sus palabras fuesen oídas desde el exterior, marcó un número para ponerse en comunicación con uno de los teléfonos repartidos, por la ciudad.

El juez Bruce, Peter simplemente para los amigos, ejerció una tan inaudita presión con sus dedos sobre el vaso de whisky que sostenía entre ellos, que el cristal se quebró por varios sitios a la vez, produciéndole cortaduras que llenaron sus manos de sangre. Pero aquello era tan solo una reacción muscular que nada tenía que ver con el dominio que ejercía sobre sus sentimientos. Con una frialdad que no concordaba con el acto acabado de realizar se volvió lentamente hacia el hombre recién llegado.

Los numerosos viajeros que ocupaban los lujosos y modernísimos departamentos del tren habían tenido tiempo para todo: para dormir a pierna suelta, para saborear las exquisitas comidas servidas mientras corrían a cerca de ciento cincuenta kilómetros por hora, para leer y charlar en el bar, procurando matar las horas interminables de aquel interminable viaje.

Espías internacionales, diabólicos y crueles plantean la mortificante duda a un joven teniente: ¡Traicionar a su patria o…! Cuando parecer sucumbir ante las excitantes amenazas, la más sagaz y astuta agente del C. I. A., jugándose la vida en escalofriantes peligros que se suceden interrumpidamente…