20 años han pasado desde el día que desaparecí de ese maldito lugar, nada me unía a aquel sitio, dejaba atrás a un padre alcohólico y maltratador, a un novio que jamás me perdonó mi "infidelidad" como si yo hubiese consentido que me violasen, la familia del hombre que me violo que juraron vengarse de mí por haberlo denunciado y por ello llevado a prisión, un pueblo que me miraban por encima del hombro porque yo era no más que una furcia. Nada me unía a ese pueblo al cual después de 20 años yo pensaba volver.

Me encantan los clichés, tanto en las novelas como en las comedias románticas. Ella: guapísima, con un cuerpazo de escándalo, tímida, virgen... Él: guapo a rabiar, con más músculos que neuronas, chico malo... Se ven, se enamoran y viven felices para siempre. ¡Sí, me encanta el cliché! Yo soy todo lo contrario a esas chicas de novela, no soy guapa, no tengo cuerpazo, ningún chico 10 se fijaría en mí y aún menos se enamoraría. Siempre he tenido claro que yo soy la amiga gorda. Sí, esa a la que se le puede confiar cualquier secreto, a la que se le puede dejar a solas con el pivonazo de novio, ya que jamás se lo podría quitar. Y no solo porque él no me vería como algo más, sino porque soy tan buena persona que jamás se me pasaría por la cabeza hacer algo así. Si tuviese que definir como soy, sería bastante fácil: bajita, gordita y simpática. No soy una persona de muchos adjetivos.

Con el paso del tiempo he comprendido que la vida no es de color de rosa, ironía del destino así me llamo Rosa y a diferencia de mi nombre soy una persona gris, sin alegrías en mi vida y sin esperanza alguna de encontrarla. Desde que hace un par de meses que perdí el trabajo no puedo ver luz al final del túnel, vivo en el peor infierno que puede haber sobre la tierra, un lugar que debería llamar hogar, pero no es así, entrando por esa puerta empieza mi agonía, primero va un insulto, tal vez dos, luego un día normal como cualquier otro habrá golpes, no soy más que su saco de boxeo, una bofetada, un puñetazo, una patada… Lo peor son las noches, esas en las que deseo la muerte, pero soy tan cobarde que no soy capaz de quitarme yo misma la vida, esas en las que se cuela en mi dormitorio, en mi cama, dentro de mí. Esas en las que yo solo lloro y le suplico que me deje que no me haga más daño. Ese es el infierno en el que vivo. Y el demonio mi padre.