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Literatura de salvador maldonado
el mar de la leonera (libro)
«Como cabritas crucificás, espatarraos en el suelo de la Europa, han quedao los muertos de la Gran Guerra. Andan resquebrajaíllos y desbarataos los pilares de la civilización,
la sonrisa de madrid (libro)
«Dos años antes de que finalizara el siglo, exactamente en agosto de 1898. Antonio Maldonado Linares, aprendiz masón, de oficio ebanista, salió de su pueblo natal, Murtas, en l
mamaíta y papantonio (libro)
«Manolita ya no soñaba en cazar cocodrilos y se pasaba el día espiando detrás de los cristales del mirador, alimentando celos y sospechas. Antonio, que había alcanzado en Mason
el mar de la leonera (libro)
«Como cabritas crucificás, espatarraos en el suelo de la Europa, han quedao los muertos de la Gran Guerra. Andan resquebrajaíllos y desbarataos los pilares de la civilización, así que luego vengan y digan que este es el siglo del progreso y los adelantos. Pues que no hay que hacer caso a los hombres, aunque sean nuestros hijos, que andan todos liándose a garrotazos, haciendo que las mujeres lleguemos a maldecir nuestros vientres que los cobijaron. Cuidao con los militronchos, con sus sablecitos y sus gorros y sus botas relucientes y sus himnos y sus banderas. ¡Maldita sea la Guerra! Que no entiendo yo por qué a estos años se les lama locos y alegres, porque entre guerras anda el juego». Así analizaba la edad contemporánea la Chacha Clara y a su discurso se añaden cartas, fósiles, cuadernos de chistes y pasiones alborotadas, en un entramado de personajes donde los mayores se convierten en sombras y los jóvenes, tras tomar el relevo, reclaman su derecho a cometer los errores de la vida. Este volumen abre y cierra los ciclos vitales de los habitantes de esta particular geografía del Olivar de Atocha, dando cuenta de la desaforada capacidad amatoria de Julito, de la alegre vocación de Rosita y de los «poderes» que ejercía Maribel en el espacio imaginado que era el mar de la leonera.
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la sonrisa de madrid (libro)
«Dos años antes de que finalizara el siglo, exactamente en agosto de 1898. Antonio Maldonado Linares, aprendiz masón, de oficio ebanista, salió de su pueblo natal, Murtas, en la Alta Alpujarra, y caminando, siguiendo la vía del tren, llegó diecisiete días después a Madrid, acudiendo a la llamada de un amigo y con la vaga esperanza de encontrar en la capital de la nación una simbólica sonrisa hospitalaria». Las peripecias de su vida fueron narradas con nostálgico humor de padres a hijos, y en este libro se cuentan sus primeros años en la ciudad, sus tozudas aspiraciones de justicia, su rápida incorporación a la vida laboral, sus inconsistentes amores, sus muchas desilusiones y el abandono de sus modestas aspiraciones de felicidad al elegir, quizás equivocadamente, el camino de la lealtad. La novela transita paisajes y personas en busca del latido stendhaliano del detalle, con cierta melancolía y no menos cierta lejana amargura, buceando en las dulces mentiras y las viciosas ternuras, tirando del hilo de la vida, deseando encontrar en el fondo de la historia la equívoca emoción de estar vivos.
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mamaíta y papantonio (libro)
«Manolita ya no soñaba en cazar cocodrilos y se pasaba el día espiando detrás de los cristales del mirador, alimentando celos y sospechas. Antonio, que había alcanzado en Masonería el grado de Maestro, aunque seguía preocupado por los grandes temas de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad en el mundo, dedicaba más tiempo a capear las huelgas y evitar que dieran en la ruina sus negocios. Así, ambos iban dejando de ser lo que fueron y se habían convertido en Mamaíta y Papantonio porque en el Olivar de Atocha habíamos nacido ya la nueva generación y los tres niños de la casa grande, escapando de la vigilancia de Doña Mariquita, íbamos a jugar al chiscón de la portera, con Isabelita, la hija de aquella Vicenta cuya sonrisa, según las malas lenguas, todavía deslumbraba al patrón. En medio, sustentándolo todo, bullía de trajín la Fábrica de Muebles Maldonado, con su martilleo, aquel serrar de sol a sol, aquel navegar sobre virutas y, desde luego, aquel olor a serrín del patio del taller que yo, la niña Rosita, cruzaba y descruzaba dándole patadas a una pinza de la ropa que más tarde tú, Ramón, bautizarías como “la pinza de Proust”». Si en la primera parte de la trilogía los personajes parecían movidos por los hilos del destino, aquí, esas mismas marionetas cobran vida, sienten, sufren y casi diríamos que piensan. La vida para ellos no es ya el propósito abonado por la maldita esperanza, sino que tienen que aprender a enfrentarse con el fracaso, con el desamor y hasta con la muerte.
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