UNA ruta de polvo. Tierra de arcilla, sequedad, sol... Y una diligencia. Montañas, cumbres nevadas, azules contornos rocosos... Un carruaje de roja madera, tirado por varios mulos. Una diligencia... Lluvia torrencial. Una ruta vaquera, fango, hombres a caballo, el grito de los vaqueros, su “yipiiii, ahoe” vibrante... Mugido de reses. Y allá, a lo lejos, unas ruedas girando en el suelo blando, embarrado. Un vehículo hacia el Oeste. Una diligencia... La calle Mayor. Tucson, Abilene, Dodge, Tombstone, Santa Fe, Monterrey, Laramie... Cualquiera. Y en la calzada polvorienta, entre aceras porcheadas, “saloons”, almacenes, herrerías..., la diligencia penetra, con el grito triunfal de una garganta seca: la del postillón sobre el asiento, ávido de whisky tras el largo viaje...»

DESENFUNDÓ con celeridad. Amartilló. Luego, oprimió el gatillo. El Colt vomitó fuego. Y humo. Y una bala. Una bala que mató. Mató instantáneamente al enemigo enfrentado al largo cañón azulado. Brincó el cuerpo en el aire. Un chillido extraño conmovió el silencio del páramo. Los cactus y chollas, testigos mudos y parduscos, asistieron imperturbables a la muerte de la criatura que acababa de recibir el proyectil